27 febrero 2009

Sueños (IV) El autoanálisis de los sueños

Espalda Casi tan efectivo como realizarse uno mismo un tatuaje en la espalda, así de simple.
El análisis de los sueños, pese a ese aire místico tan New Age, no es un entretenimiento para las fiestas de verano, en competencia directa con los cartomantes o esa conocida que tanto sabe de astrología. Recordemos que en la trastienda de todo el fenómeno en sí reside el fenómeno de la represión, y que ésta nunca es arbitraria. Se reprime aquello que duele o que no puede ser elaborado, de ahí que tendamos a metaforizarlo para establecer una salubridad homeostática.
No soñamos para disfrutar (pese a que a menudo disfrutemos de los sueños). Tampoco soñamos para realizar descargas neurales (que evidentemente se producen durante las horas de sueño). ¿Y si le devolvemos la razón a Freud y pensamos en el proceso onírico como una válvula de escape de nuestro inconsciente, al fin libre después de un agotador día lidiando entre lo correcto y lo censurable? ¿Y si el sueño se dibuja como el único campo de juego de unos sentimientos siempre amordazados durante la vigilia?
No obstante gran parte del proceso nocturno ha de ser posteriormente encriptado. Es el soñante quien codifica la información. Es el soñante quien elige el método. Y, finalmente, coronando un proceso especialmente paradójico, el material no es codificado para que nadie acceda a él (como sería lógico durante la vigilia), sino para que el propio sujeto no comprenda qué puso en juego la noche anterior. Material peligroso. Material tan poco maleable que sólo puede surgir por las noches, bajo el amparo de un descuido de la consciencia.

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25 febrero 2009

Sueños (III). La interpretación del material

Libro Llegamos a la mala noticia:

no existe diccionario.

Aquello que resulta evidente para cualquier clínico experimentado, no deja de sorprender a la población lega. No existe un manual de términos común, ni alfabético ni mucho menos temático. El terreno de lo onírico ha sido desde siempre tan atractivo como criticado, y se han ido erigiendo a su alrededor un sinfín de leyendas que más de uno da por supuestas. Todos hemos oído mencionar tradiciones en torno a lo que significa el caer de un diente, o soñar con perlas, o… (ponga aquí el vaticinio de su localidad).

Los ladrillos con los que se edifican los sueños son comunes a toda cultura y sociedad, más la manera de organizarlos es propia de cada individuo, e intentar sacar factor común es una empresa por muchos emprendida pero con pocos resultados prácticos a nivel objetivo.

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23 febrero 2009

Sueños (II). La reconstrucción de lo soñado

Tendemos a la coherencia (de nuevo pueden preguntárselo a los cognitivistas), y muy a menudo rellenamos el incómodo material faltante recurriendo a la razón consciente. Como ocurre con el discurso, allí donde falla la lógica, allí donde faltan ladrillos para articular un sueño, es donde suele esconderse el material más relevante. Tendemos a pasar por alto los mayores filones en pos del material más conexo.Puzzle

Se hace imperativo avisar al paciente sobre el mecanismo de la reconstrucción. El sueño debe ser expuesto al analista tal cual, sin artificios ni remiendos, siendo sospechosos aquellos relatos detallados y lineales, demasiado imperfectos en su perfección.

Igualmente debe ser el analista quien realice la criba entre los sueños para seleccionar los más significativos, aquellos con un mayor contenido metafórico, no permitiendo al paciente el salvar del repertorio los que considera “más interesantes”.

“De repente, ya no estaba allí (…) era un sitio desconocido, y estaba acompañado por dos personas también desconocidas”

No hay desconocidos en los sueños. Ni ubicaciones ni personas.

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19 febrero 2009

La interpretación de los sueños (I). Restos diurnos

Soñante

Si se cree en la existencia de un inconsciente no arbitrario y elaborado (ventaja que cada vez elegimos menos especialistas), la forma en que se codifica la información de dicho aparato psíquico (complejo en base a su desconocimiento) pasa por el rasero del mecanismo de la metáfora y la metonimia. Es de esta forma, en base a las respectivas condensaciones y desplazamientos, cómo se explican los fenómenos psicoanalíticos de la asociación libre o la propia interpretación de los sueños.

Porque, ¿qué es interpretar un sueño? ¿Qué extraño y taimado arte se esconde tras dicho proceso de interpretación? ¿Quiénes son los elegidos para desempeñar la magia y en base a qué criterios?

Como suele ocurrir con la magia, detrás hay truco.

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13 febrero 2009

El Goce (IV). La némesis del Goce

Del otro lado del goce se encuentra La ley, que lo acota y delimita. La libertad de uno acaba donde empieza la de los demás. Y bajo esta máxima se libra una batalla constante entre nuestro narcisismo y el imaginario social que nos ampara.

El goce inicial no consistía más que en la aspiración a un plus de placer; mas para exiliar de dicho nirvana al individuo y arrojarle a lo social, todo un corolario de preexistentes leyes simbólicas (herederas a su vez del Nombre Del Padre), estrangulan dicha pretensión confinándola a una cárcel preconsciente.

Reza el mitema que existió un Uno que dijo no a la castración, un Uno primitivo, padre de la horda y fundador del simbólico; todo él falo, todo él goce. En “Tótem y tabú” Freud nos invitó a contemplar en dicho mito (el del asesinato del Padre de la Horda) la génesis de nuestra esencia social, el origen de la primera Ley con la interdicción de acceso al goce a todos los futuros descendientes de aquel Uno.

Los matemas correspondientes:

Matemas

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11 febrero 2009

El Goce (III). Esopo

Reza la fábula:
El Avaro Esopo
Un avaro, convirtiendo en oro toda su fortuna, fundió con el metal un lingote y lo enterró en cierto lugar, enterrando allí, a la vez, su corazón y su espíritu. Todos los días se dirigía a ver su tesoro.
En esto, le observó un hombre, adivinó su suplicio y, desenterrando el lingote, se lo llevó. Cuando poco después volvió el avaro y halló el escondrijo vacío, se puso a llorar y a arrancarse los cabellos.
Un vecino que le vio lamentarse de tal manera, después de informarse del motivo le dijo: No te desesperes así, hombre, porque al fin y al cabo aunque tenías oro no lo poseías verdaderamente. Agarra una piedra, escóndela donde estaba el oro y figúrate que es oro; la piedra servirá para ti como si fuera el oro mismo, pues a lo que veo cuando lo tenías enterrado no utilizabas para nada esta riqueza.

(Nada es la propiedad sin su disfrute)


¿Dónde advertir el goce? Popularmente, podría considerarse que el avaro gozaba engañosamente de su posesión pese a no disfrutar de su usufructo, de ahí la consecuente moraleja. No obstante, el psicoanálisis va más allá estableciendo que –paradójicamente- el goce se asentaría a partir del robo y de la pérdida, pues sería entonces cuando el avaro podría “disfrutar” de su lamento y de la queja resultante.
De hecho, en la parcela simbólica (de la misma forma que la madre nutricia en la imaginación del niño), el lingote de oro moraría incluso en su ausencia imaginaria, finalmente resguardado de ladrones. El avaro continuaría escavando periódicamente en sus recuerdos para rememorar la pérdida del lingote, desconociendo que mediante dicho proceso, y por fin, ha llegado a atesorarlo plenamente.
Padecer de una falta que habita en el simbólico allí donde no se supo (o pudo) disfrutar de ella en el imaginario. De nuevo, las connotaciones referentes a la primera frustración infantil quedan acantonadas en nuestra personalidad y dirigen, desde el fantasma, nuestra relación con terceros. En una mayoría de casos, el objeto (prototípicamente: la relación de pareja) queda condenado a ir desfalleciendo, a decepcionar en el consciente para ubicarse en un puesto de honor simbólico: servir de alimento a la queja.
Y es que esta trampa edípica cimenta a la queja como un grito de guerra, estructural en las histerias, destilando un goce residual subyacente al hecho de que, frustradas en el imaginario, evidencian no estarlo en lo simbólico.
“El goce es la sustancia vital que se ’retuerce’ en su insatisfacción, que pugna por realizarse, sin tomar en cuenta al otro y la ley. La carne del infante es ya desde un inicio un objeto para el goce. Ese infante podrá ser ‘gozado’ fuera de las coordenadas del deseo y la ley. No obstante, ese infante tendrá que identificar su lugar en el Otro, en el sistema sociosimbólico. Es decir, podrá constituirse como sujeto en la medida en que internalice los significantes que proceden de ese Otro, que siendo seductor y gozante está al mismo tiempo mediatizado por las propias interdicciones que lo constituyen. La madre, por ejemplo, puede gozar de su bebé considerándolo una posesión a la que puede disfrutar a su antojo. No obstante, esa madre, con su potencial seductor y gozante, contiene también a la ley y su prohibición del goce, por lo que su tentación de usufructuar el cuerpo de su hijo, se verá refrenada. De esta manera, en vez de persistir en el trato de su bebé como objeto de goce, comenzará a autolimitarse, a interpelarlo como sujeto, a reconocerlo como un agente en ciernes, dentro de los intercambios simbólicos.”[1]
En resumidas cuentas, allí donde el obsesivo intenta –fútilmente- sustraerse al goce y erradicarlo de su sistema simbólico (de hecho intenta que todo aquel que le rodea renuncie igualmente a su usufructo), la histeria se nos dibuja como la quintaesencia de la negación a ser gozada y la reivindicación del propio goce, pese a su ambiguo discurso de seducción imaginaria.

[1] Extraído del siguiente link.

09 febrero 2009

El Goce (II). La génesis

Ciclo del Goce
Con la inauguración del espacio simbólico en el bebé, con el estreno de la función imaginativa (colindante al proceso alucinatorio debido a la desubicación fisiológica de sus sentidos, todavía escindidos en un ser que no ha realizado aún el estadio del espejo), el niño por vez primera instaura a la madre como agente simbólico, como aquello que mora en su fantasías cuando se ausenta en la realidad.
Sometido a la frustración de dichas ausencias, el bebé recrea la imagen de aquella que sacia sus necesidades, realizando un primer duelo y confinando a su tiránica carcelera entre los barrotes de su imaginación.
Como hemos visto en otros seminarios en lo referente a dicha pérdida primordial, a dicha estructural auto-percepción de dependencia hacia el Otro como dador, el niño fantasea la presencia del pecho y de su portadora, alucinando la satisfacción de sus necesidades en ese duermevela constante al que se reduce su existencia en los primeros meses de vida.
Hasta aquí todos podemos comprender lo adaptativo de este proceso de recreación alucinatoria pero, tan sólo meses después, con la conquista del propio cuerpo y de la especularidad, el niño nos sorprende con la adquisición de una nueva capacidad: la de fantasear las ausencias de la madre en momentos de presencia real. Ha llegado la hora de la venganza. Autores como Melanie Klein teorizan que el niño se debate entre la depresión y la manía, entre la fantasmática destrucción de la madre nutricia y la posterior reparación e introyección de la misma. Desde esta orientación teórica, no sería descabellado argumentar que el infante, todo él necesidad, sólo accederá a amar al objeto como formación reactiva (reparadora) de su anterior deseo de destrucción del mismo.
En este momento en el que el niño entremezcla sadismo y reparación, destrucción y reencuentro, Freud ubica el fenómeno del “fort-da” como culminación del duelo hacia la figura materna, como triunfo de lo simbólico sobre lo real. A partir de este clivaje en la subjetividad, el ser humano se encontrará en una extraña tierra de nadie, a merced de pulsiones de destrucción y de los encontrados sentimientos que estas generan al ascender a la conciencia.
Y es que toda dependencia conlleva generar transferencia negativa en un segundo plano, y en esta paradoja económica se articulan –ambivalentes- los diferentes sentimientos afectivos: desde la amistad hasta la familia, pasando por nuestra pareja. Todas nuestras apuestas libidinales son desplegadas a consta de recortes en nuestro propio narcisismo, por lo que no debiera extrañarnos que nuestro Yo inconsciente odie justo aquello que nuestro Yo consciente ama y necesita. Con idéntico mecanismo al que nos vimos obligados a recurrir para ubicar la falta materna, a menudo nuestro Yo más oculto juega a asesinar a nuestros seres queridos, dibujando escenarios terribles que emergen a nuestra conciencia sin haber sido invitados.
Esta sería una utilización del goce claramente obsesiva, siendo esta una estructura que prototípicamente reprime el sadismo. Como hemos ido advirtiendo en otros seminarios, el obsesivo constantemente inhibe la agresividad inherente a toda relación y, como pago, ésta se acumula en estratos inconscientes y habla desde ellos. Asesina desde ellos. Percibiendo mensajes que intuye propios pero vive como ajenos, al obsesivo solo le queda esperar que el mandato superyóico haga acto de presencia, de manera aún más sádica que sus pueriles ideaciones inconscientes. Con independencia de los rituales (más o menos mágicos) que el obsesivo levante como muralla defensiva, el proceso se cierra infinito siempre bajo la misma fórmula, atendiendo a la dinámica que se observa en el gráfico que encabeza el artículo.
Pese al ejemplo, la neurosis obsesiva no es (ni mucho menos) la estructura de personalidad más afianzada en el uso y abuso del goce. Como veremos más adelante, desde el territorio de la histeria también se reclama el usufructo de tan preciado veneno.

06 febrero 2009

El Goce (I). Introducción

El ahorcado Disfrutar jodiéndose.

Concepto difícil donde los haya, el goce psicoanalítico dista enormemente del concepto popular; allí donde en la calle es considerado como una manifestación de placer y satisfacción consciente, la teoría analítica lo reserva como un rudimento del déficit, a menudo como un embajador de la queja y el recorte.

Pese a que Freud ya intuyó su oculto funcionamiento en instancias inconscientes, debemos a Lacan toda la articulación teórica que a posteriori se articuló sobre este incómodo concepto: El goce fálico, el goce del Otro… goce masculino y goce femenino respectivamente; un fenómeno universal hilvanado al lenguaje y entrelazado con la cadena significante, con la perpetuidad de la demanda y con la repetición.

No obstante navegar por aguas lacanianas nos dirige a extraños puertos, pues toda la teorización del goce se dibuja como un territorio a menudo hermético, de dificilísima comprensión, sospechosamente lejano cuando debiera ser (como lo fue para Freud) económicamente intuitivo.

De hecho y con posterioridad, gran parte de la escuela lacaniana ha construido su corral en torno a la hermenéutica del goce, cacareando oscuros teoremas y encriptando aún más un mensaje de por sí complejo, un concepto del que exigen usufructo. Desde aquí denunciamos el abuso teórico, y como alternativa (tampoco somos especialmente originales) proponemos un cambio de rumbo a las antiguas cartas de navegación, un retorno a Freud.

Y en dicha empresa embarcaremos en las próximas entradas.

04 febrero 2009

Can Cerberos, el guardián de las tópicas

Moviéndonos cautelosos entre las tópicas freudianas, y siguiendo con la intervención, ¿en qué nos centramos? ¿Modificamos la estructura inconsciente de la personalidad o rectificamos los rasgos de carácter conscientes?

Guardemos momentáneamente el bisturí. Echemos antes una detenida mirada al paciente que, paradójicamente y sin anestesia alguna, nos implora un cambio al otro lado de la mesa de operaciones. Para cada caso particular, e independientemente de la demanda del paciente (a menudo desencaminada) debemos evaluar dónde se localiza el foco sintomático.
En una mayoría de casos los pacientes acuden propositivamente a terapia con una demanda sincera y sopesada: desean un cambio que se les ha antojado imposible en circunstancias anteriores. Una vez abandonan la queja histeriforme y se olvidan de atribuir sus fracasos a causaciones externas (proceso que de por sí puede ser arduo en algunos individuos), comienza a dibujarse, a nivel inconsciente y en un terreno vetado y de difícil acceso, un esbozo de personalidad oculta, una sombra de sí mismos que, desde bambalinas, orquesta una sinfonía sintomática contraria a sus propósitos conscientes.
El ejemplo más claro de esta configuración intrapsíquica la encontramos en el colectivo fóbico; Generalmente educados, sociales y adaptados al imaginario, y con un envidiable control del sadismo que les aparta de la problemática histeriforme clásica, estos perfectos ciudadanos, estos afables jugadores de lo social, esconden un yo inconsciente siempre deficitario; un tramposo tahúr que les exige anclarse a la inferioridad y al pesimismo. Cualquier indicio de remonte, cualquier sospecha de mejora consciente, precipita una sensación de desconfianza (la denominada señal de angustia) que acostumbra a venir acompañada de diversos actings y retrocesos terapéuticos. En estos individuos se observa claramente hasta qué punto su personalidad inconsciente se ha hermanado con el beneficio secundario que el síntoma le procura, hasta qué punto han hecho de la convivencia con la patología y el recorte un estilo de vida en sí mismo.
Y es que existe una ley máxima que el fóbico obedece a ultranza: “la satisfacción del momento es la ruina del siguiente”[1]. Anticipándose al pago que cree le espera, agazapado entre la angustia, el fóbico se auto-mutila constantemente, perseverando en una poda que le asegura un mínimo de estabilidad, siempre perentoria. De ahí al masoquismo ahí un recorrido anecdótico. Hiladoras del goce.
Moviéndonos en arenas movedizas, alejar del síntoma a estos individuos (a priori el principal objetivo de cualquier terapia) se convierte en el disparador de una alarma inconsciente, en el percutor de la angustia... angustia de disolución yóica.
De hecho, Lacan, en su seminario de 1962, desenmascara la demanda fóbica al establecer que la angustia aparece “cuando desconozco mis insignias”, cuando “no sé lo que soy como objeto para el Otro”[2]. Al fóbico no le gusta la imagen que le devuelve el espejo pero, al ser invitado a ponerla en entredicho, siempre preferirá la distorsión (lo malo conocido) que no reconocerse en la nueva imagen (“desconocer sus insignias”). De esta forma esta estructura representa de manera prototípica la batalla entre el yo consciente y el inconsciente, la aporía del “ten cuidado con lo que deseas”.
Y es que ante la incómoda pregunta de nuestro deseo (el che vuoi? lacaniano) nos encontramos con dos respuestas por cada individuo: una de ellas sale espontánea en la primera entrevista (“deseo estar bien”, en su forma más ingenua), pero otra respuesta comienza a emerger cuando la andadura terapéutica acumula cierto recorrido. De nuevo, dos personalidades cohabitan en cada sujeto, dos esferas (a la manera de Szondi: el perfil del primer y el segundo plano) que no necesariamente comparten objetivos.
La neurosis obsesiva, en cambio, suele constituirse en un universo diferente. Con estas personalidades a menudo se advierte que la problemática afecta más a la superficie, a la imposibilidad de crear una máscara adaptativa, que al hecho de ser hablados por su patología inconsciente. De hecho, allí donde en las fobias podríamos hablar de un Yo masoquista, en la neurosis obsesiva el Yo inconsciente pasa por ser la víctima de un superyó característico, especialmente sádico. Generalizando mucho (con todos los problemas que esto nos pueda acarrear) podríamos decir que allí donde conviene enmudecer al yo fóbico interesa dar la palabra al yo obsesivo.
Y de este modo debemos ser extremadamente cautos a la hora de intervenir, pues el equilibrio entre lo deseado y lo indeseable es más sutil y adaptativo de lo que el paciente está dispuesto a admitir. En lo que se refiere a las características de nuestra personalidad, excederse en la manifestación de un rasgo a nivel consciente, evidenciarlo al extremo, equivale a coartar y reprimir su parte antagónica, que capitaneará en forma de pulsión impulsos que se nos antojarán ajenos y sintomáticos. Como almacén de las antítesis, el inconsciente atesora los fantasmas que expulsamos de nuestra consciencia, y el Yo que allí habita se convierte en su portavoz, guardián y cancerbero[3].
Como viene siendo costumbre después de desarrollar un concepto, os dejo el archivo para descarga: "Inconsciente.pdf"

[1] H.P. Lovecraft.
[2] Seminario “La angustia”, 14 de noviembre de 1962.
[3] En la mitología griega, Cerbero (‘demonio del pozo’), también conocido como Can Cerberos, era el perro de Hades, y guardaba su puerta (el inframundo griego), asegurando que los muertos no salieran y que los vivos no pudieran entrar.

02 febrero 2009

El reverso de la Navaja de Ockham

La navaja de Ockham (o principio de economía o de parsimonia) hace referencia a un tipo de razonamiento basado en una premisa muy simple: en igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta. El postulado es Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, o “no ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias”.
Concepto elegante donde los haya, la navaja de Ockam ha sido (hasta hace poco) el exponente más claro del método científico. Abanderando este principio muchas corrientes psicológicas (con el conductismo como vertiente más representativa) ha criticado el exceso de variables a contemplar por el psicoanálisis que, y hemos de reconocerlo, a todas las observables añade aquellas que son de índole pre o incluso inconsciente. A causa de este cambio de paradigma, a partir de los años sesenta la psicología entró en una etapa experimental, en un nuevo enfoque del estudio de la personalidad que, obviando las variables no observables, se centraba en las manifestaciones medibles para establecer estudios, ponderaciones e inferencias.
Resulta evidente que según la corriente psicoanalítica la personalidad bebe de variables difícilmente observables. Allí donde la navaja de Ockham aconseja rendirse ante la evidencia más plausible y coherente, y centrar el área de estudios en la superficie del iceberg, el psicoanálisis propone desplegar todo un equipo de submarinistas, buscando vestigios sumergidos en un más allá de la evidencia.
“…no ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias”
De acuerdo con la premisa, pero ¿quién estipula cuáles son las variables absolutamente necesarias? Ahí entramos en la polémica que, desde Kant en su crítica a la razón pura hasta el propio Einstein con su teoría de la relatividad, han venido sosteniendo autores que se auto-posicionan más allá del constructo de Ockham.
Adentrándonos un poco más en dicha polémica, en el lado antitético al principio de parsimonia nos encontramos con el principio de plenitud. Según éste, “todo lo que sea posible que ocurra, ocurrirá” y, pese a lo arriesgado de sus bases, sirve de marco teórico para la moderna física cuántica, la teoría del caos, los estudios de antimateria, la teoría de cuerdas, la hipótesis del multiverso, el análisis de fractales…
Volviendo a terrenos psicológicos, y recuperando a Kant en un fragmento de su crítica a la razón pura: “la variedad de seres no debería ser neciamente disminuida”. De hecho, el conductismo ha sido finalmente derrotado por el cognitivismo, un nuevo paradigma que postula que, más allá de la realidad objetiva, más allá de lo observable y cuantificable, lo verdaderamente relevante es la vivencia subjetiva de dicha realidad. De esta forma, la primera década del siglo XXI ha visto renacer el análisis de la personalidad desde un prisma multi-dimensional, por lo que el interés por las variables inconscientes ha vuelto a emerger con fuerza.

30 enero 2009

Yo consciente, Yo inconsciente

En lo referente a la producción sintomática, y para añadir mayor complejidad al conjunto, la personalidad del Yo inconsciente no necesariamente debe coincidir con la del Yo consciente. De hecho, demasiado a menudo nos encontramos con que, por uso y abuso del mecanismo de represión, ambos caracteres se nos presentan diametralmente opuestos, en una suerte de formación reactiva.
Aún a riesgo de simplificarlo demasiado, podríamos comparar los diferentes yoes del individuo con dos vectores que pivotan sobre un mismo eje. Como una brújula con una doble aguja, el sujeto acostumbra a creer que su personalidad únicamente responde a la parte consciente, ignorando que ésta no es más que un accidente, una manifestación, un resto observable de los procesos que le subyacen. De la distancia que separe la posición de ambos vectores (el consciente respecto al inconsciente) dependerá un mayor o menor ajuste personal, así como una mayor o menor profusión de síntomas.
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28 enero 2009

El síntoma a la luz de las tópicas

Como hemos podido intuir en la entrada anterior, habrá casos en los que ni siquiera se conforme el signo lingüístico (y el propio Yo reniegue de su paternidad), o bien que, una vez constituido y avalado, no sea debidamente consensuado por el censor moral.
Las necesidades instintivas del Ello (libres y ácratas, súbditas del principio del placer) son sometidas a los procesos secundarios en el preconsciente, a la tiranía del principio de realidad. Bajo esta hégira organizativa logramos domesticar nuestros instintos, distanciarnos de los animales y acceder a la cultura y a la humanidad; por ende, al ser sometida a dichos procesos secundarios la posibilidad de que la libido derive por la vía sintomática se multiplica.

  1. Procesos secundarios de inhibición, desplazamiento o aplazamiento de la descarga: Terreno abonado para los caracteres obsesivos; Bajo la etiqueta diagnóstica de masoquismo moral, sentimiento de culpa inconsciente, neurosis de fracaso, inhibición o retentividad, la libido ve cortocircuitada su expresión erótica en el exterior.
  2. Procesos secundarios de ligazón de la energía: Como hemos visto anteriormente, problemas en la ligazón de la libido con una representación pueden provocar que ésta última se juzgue intolerable, se reprima, y quede consecuentemente liberado el cuantum libidinal que, huérfano, despersonalizado, será subjetivamente percibido como angustia difusa.
  3. Procesos secundarios de temporalidad: Aquí se englobarían sintomatologías en las que la libido no es puesta en escena en el momento adecuado; bien porque es periódicamente revivida (repeticiones patológicas o neurosis de destinado), bien porque emerge a espaldas del Yo (fenómenos de regresión u otros avatares transferenciales).
  4. Procesos secundarios relativos al objeto: Todo un universo de posibilidades sintomáticas, la metonimia del deseo puede hacer que el objeto depositario del cuantum libidinal no sea el más adecuado. En un abanico casi infinito, aquí se englobarían la mayoría de las elecciones de objeto equívocas, los problemas y la insatisfacción con respecto a la pareja, patologías relacionadas con el narcisismo y, en último extremo, incluso perversiones. Les remito a toda una serie de entradas relacionadas con los equívocos posicionamientos de pareja.
Una vez más, aconsejo la re-lectura de una entrada anterior para profundizar en la teorización del síntoma bajo el prisma freudiano.

26 enero 2009

El preconsciente: oficina oculta

A diferencia de la anarquía que definía al inconsciente de la primera tópica (el Ello de la segunda), regido por el principio del placer y los procesos primarios, el preconsciente se nos dibuja como un departamento antagónico. En este entresuelo latente de nuestra conciencia trabajan burócratas y censores; que acotan, subliman y organizan la libido del sótano (cuando no la reprimen y la devuelven al remitente).
Para que el material resulte aceptado y adaptativo en el exterior, antes ha de experimentar toda una serie de “controles de calidad”, procesos de selección y criba en los que la libido es circunscrita y doblegada, en los que los significantes se adhieren a significados y (de ser seleccionados para su distribución) ascienden a la consciencia.
Una vez se conforma un signo lingüístico (una unión nunca azarosa de un significante y un significado, de una huella mnémica y un afecto), éste deberá ser reconocido por la identidad de pensamiento, necesitando ser apadrinado por un Yo inconsciente que certifique reconocer su autoría y procedencia, supervisando que no se trata de un delirio que haya irrumpido desde lo real. De esta forma, tutelado por el Yo, un primer producto elaborado (con la libido inicial como principal ingrediente) es reconocido como pensamiento o ensoñación.
No obstante el Yo no es el único burócrata en el departamento preconsciente. Pese a ser responsable de un primer reconocimiento del producto, por encima de él se encuentra un supervisor con poder de veto: el superyó. El mero hecho de que un signo lingüístico sea apadrinado por el Yo, que sea reconocido como pensamiento propio, no es condición suficiente para que éste ascienda a la conciencia. De hecho, a menudo el criterio moral superyóico invalida la identidad de pensamiento anterior y reniega de su autoría (atribuyéndosela a un otro en un proceso denominado proyección), o bien diferentes filtros de sentimiento de culpa impiden la distribución consciente de un fantasma o fantasía.
De esta forma, podríamos convenir que, una vez conseguido el apadrinamiento yóico, el signo lingüístico aún deberá obtener el cuño de certificación simbólica. Sólo de esta manera (ya reconocido y juzgado como adecuado) podrá promocionarse al rango de conciencia, desde donde se manifestará por la vía del pensamiento, del lenguaje o del acto.
No obstante, como veremos en la próxima entrada, esta no es la única vía de manifestación libidinal.

21 enero 2009

Primera Tópica: El inconsciente sustantivo

En las próximas entradas pretendo retomar el concepto de las tópicas freudianas, su nacimiento teórico, su formación psico-genética, así como los procesos que subyacen a todo el complejo aparataje intrapsíquico. A tal fin, aconsejo que éste y las próximas entradas sean leídas con el siguiente gráfico a mano (al cliquear encima se agranda y permite su descarga). Un saludo.

Freud sistematizó su teoría (de un modo metapsicológico) en la denominada primera tópica, allá por los últimos años del siglo XIX. La primera tópica perseguía localizar y circunscribir los diferentes sistemas intrapsíquicos, y a tal fin el fundador del psicoanálisis delimitó los campos del inconsciente, el preconsciente y el consciente.
Esta primera presentación en sociedad del concepto de inconsciente sigue vigente en la teorización y práctica psicoanalítica actual; esto es: la llegada de la segunda tópica (allá por 1920 y que próximamente abordaremos en otra entrada) no invalidó en modo alguno a la primera. En este marco inicial, el inconsciente se nos dibuja como un topos aislado, un lugar primigenio (y quizá filogenético) donde moran los instintos más elementales y desde donde parten las pulsiones.
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19 enero 2009

Lucidez (III). La insoportable levedad del ser

El ser humano es frágil por naturaleza. Dentro de los corrillos sanitarios (en esos lugares que, entre cafés y chistes negros, tienen prohibido el acceso los "afortunados" pacientes), los médicos bromean que –de saber la realidad de cuán expuesto está a la muerte, sobre cuán ignorante es la medicina a la mayoría de las enfermedades- el individuo de a pie estaría horrorizado ante lo fortuito de su existencia.
Que el imaginario sea una tupida pátina no le quita un ápice a su cualidad de artificioso barniz. Desde nuestra atalaya privilegiada, los analistas observamos como el gradiente de cotidianidad desfila todos los días al otro lado de nuestras mesas, desde el adolescente abrumado por la incapacidad que se atribuye ante los estudios, pasando por el cuarentón desubicado (demasiado similar en sus demandas al adolescente anterior), hasta llegar a esa pareja tan ideal que –circunstancias de la vida- el fin de semana anterior presenciaron cómo la policía extraía a su bebito muerto de la piscina de los vecinos.
(Fragilidad).
Volviendo a la clínica psicoanalítica, con excepción de la histeria de conversión (legítima anfitriona de la mascarada imaginaria), tanto la histeria de angustia como la neurosis obsesiva presienten –ya no una presencia- sino a la ausencia agazapada entre los apuntalamientos del decorado. Se trata de dos maneras de intuir dicha evidencia, dos formas de cohabitar con el vacío que -bien por la vía de la angustia, bien por la de la lucidez- hace a estos individuos especialmente sensibles a la letra pequeña.
Allí donde la fobia huye de un vacío del que no puede zafarse, la neurosis obsesiva deambula traviesa por el horizonte de sucesos que conforma su perímetro. Allí donde la neurosis de angustia se aqueja de horror vacui, el obsesivo juguetea con los infinitos y fantasea –nihilista- con destruir o crear universos. Allí donde el “¿y si?” del fóbico convoca monstruos, el “¿y si?” se ha convertido en la forma última de comprender el mundo para el obsesivo, que a su vez queda atrapado en infinitas combinatorias. Por último, allí donde el obsesivo juguetea travieso con la omnipotencia de pensamiento y el solipsismo (asesinando en su afán a la restante humanidad), el fóbico se rodea de humanidad para garantizarse la credibilidad de su propia existencia.
Habitantes limítrofes del –φ.
De hecho, no mantener la distancia de seguridad con dicho agujero (resistente a la simbolización) es una de las prototípicas causas de cierto deslizamiento en el cuarto nudo. Sin salir de la acomodaticia neurosis -pero visitando el lado más exacerbado del rasgo- sobre todo la población obsesiva puede (afortunadamente en casos muy minoritarios) rozarse el delirio de autoreferencia. En nuestra clínica recordamos el caso de un paciente que se acercó demasiado a los límites reales del vacío. En un cuadro que nos vino remitido como psicosis esquizofrénica, el muchacho estaba convencido de haber “muerto el (anterior) lunes”. Sin meternos en el proceso terapéutico (que podemos desarrollar en un futuro para quién así lo desee), se trataba de un desliz metafórico en un sujeto obsesivo cercano al TOC, que a lo largo de las sesiones arribó sorprendentemente el puerto de la neurosis.
Saliendo de la siempre problemática área border-line (quizá nunca mejor dicho que en el tema que nos ocupa), la lucidez (obsesiva) se caracteriza por una sensación de haber traspasado un límite implícito, de haber recorrido un sendero más allá de las señalizaciones y, en el proceso, haber roto irreversiblemente un resorte que mantenía la cotidianidad dentro de su cualidad de creíble y confiable. En una fenomenología que nos acerca sospechosamente al temor a la afánisis (les remito a este problemático concepto), la inconsciente omnipotencia del sujeto pone en tela de juicio la propia capacidad deseante del individuo, que se siente desubicado (sobre todo afectivamente) del imaginario pero extrañamente cercano a una verdad incómoda.
La sesión con mi paciente derivó (no podría ser de otra forma) al mito de la Caja de Pandora. Al preguntarle sobre qué pensaba encontrar dentro, si creía que la esperanza aguardaba a modo de bálsamo último y reparador, subrayó su carácter lúcido y (evidenciando las lecturas lacanianas que frecuenta durante el fin de semana) contestó:
“Esperanza lo dudaría, pero quizá… …Sí, quizá un espejo”.

Una vez más, y para finalizar con estas entradas dedicadas al concepto de lucidez, adjunto el documento íntegro en formato .pdf. Un saludo.

16 enero 2009

La maldición de la lucidez (II). La falta

Vamos allá, entremos en teoría.
En la infancia, de producirse las necesarias castraciones que nos ubican del lado neurótico de la personalidad (y nos alejan de la psicosis mediante el salvoconducto de un cuarto nudo), el lugar que ocupaba el falo en el triunvirato madre-falo-hijo queda vacante, reclamado por un Padre simbólico que exige su propiedad y usufructo más allá del imaginario. De este necesario golpe de estado que desarticula la simbiosis madre-hijo queda un vestigio anclado en el preconsciente del infante, un primer significado que poblará un simbólico recién nacido: la falta.
La falta es, pues, un agujero necesario, el silencio que articula y da sentido a las cadenas significantes. La falta (la castración, el -φ), se convierte en una compañera de viaje a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo. Gracias a dicha ausencia –a dicha hiancia- el motor pulsional se pone en marcha invitándonos al equívoco juego del deseo. Más allá, el lenguaje se impone como una necesidad para que nosotros (ya cautivos de dicha incomplitud, de dicha deficiencia estructural) dispongamos de un lugar significante (un ágora social) dónde depositar nuestras demandas.
Sólo de este modo, escindidos, agujereados y castrados, comenzamos a dibujarnos como individuos prosociales, en las antípodas del autismo y de la certeza psicótica pero bajo la hégira de la duda y la incertidumbre.
Dicho agujero (vestigio de real puro pero morador de nuestro simbólico más insospechado) será cubierto por estratos de consciencia e imaginario. El falo, exiliado fuera de juego por un Padre simbólico que no volvió a coincidir con el Padre imaginario, es atribuido a otros objetos exteriores, convirtiéndose en la moneda de cambio (el agalma) de todo un corolario de relaciones sociales y personales.
Si a esto le añadimos la problemática edípica, todos somos hijos aguardando un reencuentro, renegando de una falta que –pese a todo- nos obliga a continuar con nuestra particular diáspora. "Uno sabe pero se olvida de que sabe, ésa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa se complica cuando uno no puede olvidar. El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino si-multáneas e inseparables."
Definida la falta (presuntuoso ejercicio de nomenclar el vacío, casi a modo de DZwG rorschárica), en la próxima entrada retomaremos el esquivo concepto de lucidez.

14 enero 2009

La maldición de la lucidez (I)

Dedicado a Nuria, por el prestamo.

El otro día una paciente me regaló un saber, una reflexión, un trozo de conocimiento que engrosará el montante de supuestos saberes que otros pacientes me atribuirán. Resulta paradójico que un analista se construya con restos de la deconstrucción de sus analizados. Es lo que hay.
Volviendo a la paciente, en un momento dado de la sesión, al preguntarle por el fin de semana, comentó haberlo pasado regateando la lucidez, ya que –y en este punto me preguntó:- “¿sabes que lucidez proviene etimológicamente de Lucifer?”. Al hilo de la conversación, la paciente me citó el nombre de una película argentina, Lugares comunes, de cuyo guión recordaba haber extraído la información. Adjunto un fragmento textual del filme:

"Uno sabe pero se olvida de que sabe, ésa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa se complica cuando uno no puede olvidar. El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree, es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia. Es un don y un castigo, está todo en la palabra: lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio; pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer y Lucifer viene de luz y de ferous, que quiere decir “el que tiene luz”, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor. El único placer que uno puede conocer, el único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez: el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal. Pizarnik: genial. El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que, con los años, esa fuerza oscura e instintiva se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe; hay que inventarse un motivo, una meta que nos permita reemplazar el impulso animal perdido por una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es muy difícil de mantener. De repente, sin motivo, se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede no hay culpa. No importa el amor de los otros ni el amor que uno siente por ellos: si uno no sigue, todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa, pasa la ausencia. Se conoce la muerte antes de morir, es un final antiguo, un final muy común, es un final deseado que se espera sin temor porque uno lo ha vivido ya muchas veces. Todo da igual."

Para disponer de todas las cartas sobre la mesa, la ca(u)salidad quiso que la misma paciente, en la siguiente sesión, me preguntara por el concepto de “hiancia” (por lo visto, alimenta traviesa sus fines de semana con lúcidas lecturas lacanianas).
Hasta aquí por hoy, en la próxima entrada entraremos en teoría.

12 enero 2009

Esquema Lambda (VI): La S barrada, la S deseante

En un último ejercicio de abstracción, el inconsciente queda representado en el esquema Lambda como una S mayúscula pero, ¿por qué barrada?
El hecho de barrar el inconsciente es una forma de evidenciar la necesaria condición castrada del sujeto. El inconsciente queda castrado (barrado) desde el mismo momento en el que elabora un primer deseo. Cuando el niño, ya realizada la Spaltung y separado psíquicamente de la madre, se percibe que necesita un otro que le proporcione lo que le falta, que cumpla sus deseos, deja de ser omnipotente para comenzar a desear, a demandar. Se construye por vez primera el significante unario (S1), el falo, para ser separado y ubicado en el lugar del Otro Grande, de aquel que lo gestiona y provee. De forma simultánea, el antagónico significante de la castración inaugura la posición de demandante, una posición que el sujeto no abandonará hasta la muerte y que, a cambio, inaugurará el lenguaje y la necesidad de la comunicación.
Por partes. La primera demanda dibujará lo faltante, y la Spaltung arrojará el falo a las galeras de lo reprimido en el niño. A partir de ese momento, el infante comenzará a hilvanar demandas en un proceso que, primero, inaugurará el inconsciente, segundo, hará necesario acatar la primera ley (la de dominar el lenguaje y someterse a las leyes de su construcción), y tercero, por extensión, el niño iniciará su andadura por el imaginario de lo social, creando nuevos lazos de comunicación e introyectando un sistema cada vez más complejo de leyes y normas.
Aquello que nos atenaza, que nos enlaza de por vida a los eslabones del discurso y la concatenación de Lambdas, que nos aliena es -paradójicamente y al mismo tiempo- aquello que nos regala un primer traje para pasear por el imaginario, que va dibujando nuestro Yo y nuestra denostada neurosis.
A fin de cuentas, cadenas que nos hacen libres, ataduras simbólicas y preconscientes que posibilitan nuestro deambular consciente.

Una vez más, y para finalizar con estas entradas dedicadas al esquema Lambda de la intersubjetividad, adjunto el documento íntegro en formato .pdf. Un saludo.

09 enero 2009

Esquema Lambda (V): El reino de los fantasmas

Nuevamente, la supuesta intencionalidad y la consciente independencia del hablante hace aguas. Desde el paradigma psicoanalítico, toda relación, cualquier combinatoria entre un sujeto y otro, por novedosa que resulte, va a beber de fuentes inconscientes, de relaciones pasadas y a menudo estereotipadas.
En un supuesto que ha levantado numerosas críticas (a menudo debidas a que defiende un cierto mecanicismo y a que hiere de muerte al individualismo yóico), el psicoanálisis defiende que toda relación adulta está mediatizada por esquemas establecidos en la infancia. Se trata del pago exigido por abandonar el nido demasiado tarde. Nuestra especie paga -con el neuroticismo como moneda- la afrenta de criar a los individuos hasta casi la treintena. Curiosamente, serán esos mismos individuos los que defenderán a ultranza su individualidad y su Yo consciente, y hasta cierto grado es comprensible: deben rellenar de coherencia la inversión realizada durante años en capas y capas de maquillaje yóico.
En fin, dando por válida la hipótesis de la repetición de las relaciones, tenemos que ser cautos al re-examinar la agenda: el por qué de nuestras amistades, lo casual de nuestra elección de pareja, por qué nuestro discurso florece con determinadas a’, mientras que se coarta y casi extingue en presencia de otras… En la línea que se dibuja entre el inconsciente y el otro, entre la S barrada y la a’, se ubicará el fantasma, a modo de metáfora sobre la elección inconsciente que tomamos en la infancia y que regulará (desde lo insabido, desde lo casual) cualquier comunicación que establezcamos con nuestro entorno.
Como hemos visto en otros seminarios, los pequeños exámenes realizados en la infancia van a determinar todas nuestras interacciones. Ser activo o pasivo, ser fálico o castrado, afiliarse al Ser o al Tener… van a ser condicionantes de la comunicación, afectando de modo decisivo qué atribuimos a causas internas o externas, qué posición desempeñamos con respecto al otro… así como a la manera en la que exhibimos nuestro palmito consciente allá en lo imaginario.
En otro frente, la evolución de nuestro superyo, el modo en el que acatamos la ley o decidimos enfrentarnos a ella, nuestro bagaje infantil con las figuras de autoridad… entre otros factores, a su vez serán determinantes de nuestra relación con la A mayúscula del Lambda.
¿Determinados? Parece que sí, pero también determinantes: El rol que asumimos y desempeñamos a su vez articula los fantasmas del vecino, en una interdependencia simbólica y casi infinita de relaciones homeostáticas. Sobre el tablero de lo social se dibujan infinitos Lambdas, que a su vez configuran a amos y a esclavos, amistades y odios, relaciones simétricas y tiranías… volviendo a Matrix, y cerrando la pescadilla obsesiva, todo un universo de atribuciones tan falsas como articulantes.

06 enero 2009

Reanudamos el rumbo

¡Volvemos!
Una vez pasadas las fiestas y celebraciones (que en España se extienden hasta la festividad de Reyes, el 6 de Enero), tanto Valentín como yo retomamos la dinámica del blog.
En lo que a esta página respecta, el viernes nueve continuaré con las últimas entradas relativas al esquema Lambda, y a partir de entonces el calendario de publicaciones será constante, más o menos al ritmo de los meses anteriores (3-4 entradas a la semana).
Aprovechamos también para felicitar a los lectores de nuestras páginas. Os deseamos el 2009 que os mereceis.
Un saludo.