06 febrero 2009

El Goce (I). Introducción

El ahorcado Disfrutar jodiéndose.

Concepto difícil donde los haya, el goce psicoanalítico dista enormemente del concepto popular; allí donde en la calle es considerado como una manifestación de placer y satisfacción consciente, la teoría analítica lo reserva como un rudimento del déficit, a menudo como un embajador de la queja y el recorte.

Pese a que Freud ya intuyó su oculto funcionamiento en instancias inconscientes, debemos a Lacan toda la articulación teórica que a posteriori se articuló sobre este incómodo concepto: El goce fálico, el goce del Otro… goce masculino y goce femenino respectivamente; un fenómeno universal hilvanado al lenguaje y entrelazado con la cadena significante, con la perpetuidad de la demanda y con la repetición.

No obstante navegar por aguas lacanianas nos dirige a extraños puertos, pues toda la teorización del goce se dibuja como un territorio a menudo hermético, de dificilísima comprensión, sospechosamente lejano cuando debiera ser (como lo fue para Freud) económicamente intuitivo.

De hecho y con posterioridad, gran parte de la escuela lacaniana ha construido su corral en torno a la hermenéutica del goce, cacareando oscuros teoremas y encriptando aún más un mensaje de por sí complejo, un concepto del que exigen usufructo. Desde aquí denunciamos el abuso teórico, y como alternativa (tampoco somos especialmente originales) proponemos un cambio de rumbo a las antiguas cartas de navegación, un retorno a Freud.

Y en dicha empresa embarcaremos en las próximas entradas.

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