14 enero 2009

La maldición de la lucidez (I)

Dedicado a Nuria, por el prestamo.

El otro día una paciente me regaló un saber, una reflexión, un trozo de conocimiento que engrosará el montante de supuestos saberes que otros pacientes me atribuirán. Resulta paradójico que un analista se construya con restos de la deconstrucción de sus analizados. Es lo que hay.
Volviendo a la paciente, en un momento dado de la sesión, al preguntarle por el fin de semana, comentó haberlo pasado regateando la lucidez, ya que –y en este punto me preguntó:- “¿sabes que lucidez proviene etimológicamente de Lucifer?”. Al hilo de la conversación, la paciente me citó el nombre de una película argentina, Lugares comunes, de cuyo guión recordaba haber extraído la información. Adjunto un fragmento textual del filme:

"Uno sabe pero se olvida de que sabe, ésa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa se complica cuando uno no puede olvidar. El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree, es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia. Es un don y un castigo, está todo en la palabra: lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio; pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer y Lucifer viene de luz y de ferous, que quiere decir “el que tiene luz”, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor. El único placer que uno puede conocer, el único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez: el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal. Pizarnik: genial. El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que, con los años, esa fuerza oscura e instintiva se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe; hay que inventarse un motivo, una meta que nos permita reemplazar el impulso animal perdido por una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es muy difícil de mantener. De repente, sin motivo, se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede no hay culpa. No importa el amor de los otros ni el amor que uno siente por ellos: si uno no sigue, todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa, pasa la ausencia. Se conoce la muerte antes de morir, es un final antiguo, un final muy común, es un final deseado que se espera sin temor porque uno lo ha vivido ya muchas veces. Todo da igual."

Para disponer de todas las cartas sobre la mesa, la ca(u)salidad quiso que la misma paciente, en la siguiente sesión, me preguntara por el concepto de “hiancia” (por lo visto, alimenta traviesa sus fines de semana con lúcidas lecturas lacanianas).
Hasta aquí por hoy, en la próxima entrada entraremos en teoría.

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