Del otro lado del goce se encuentra La ley, que lo acota y delimita. La libertad de uno acaba donde empieza la de los demás. Y bajo esta máxima se libra una batalla constante entre nuestro narcisismo y el imaginario social que nos ampara.
El goce inicial no consistía más que en la aspiración a un plus de placer; mas para exiliar de dicho nirvana al individuo y arrojarle a lo social, todo un corolario de preexistentes leyes simbólicas (herederas a su vez del Nombre Del Padre), estrangulan dicha pretensión confinándola a una cárcel preconsciente.
Reza el mitema que existió un Uno que dijo no a la castración, un Uno primitivo, padre de la horda y fundador del simbólico; todo él falo, todo él goce. En “Tótem y tabú” Freud nos invitó a contemplar en dicho mito (el del asesinato del Padre de la Horda) la génesis de nuestra esencia social, el origen de la primera Ley con la interdicción de acceso al goce a todos los futuros descendientes de aquel Uno.
Los matemas correspondientes:
Continuar leyendo ▼Esta ley se encuentra encapsulada en el inconsciente social: “La idea del goce como un exceso intolerable del placer, se revela en el sentido común en expresiones como ‘morirse de risa’, ‘destornillarse de risa’; o en el caso de la sexualidad, está también la idea que se expresa en francés de la pequeña muerte para referirse al orgasmo. En el sentido común, asoma pues la idea de un placer mortífero, intolerable, cuyo atravesamiento nos situaría en las puertas mismas de la locura o la muerte.” [1]
Y, de hecho, el posicionamiento respecto al goce define igualmente nuestra estructura intrapsíquica:
"La inclusión en la sociedad implica pues una pérdida de goce. La autoridad y la ley lo limitan. Es un hecho, como ya se vio, que un placer “excesivo” desestructura nuestra subjetividad y nos precipita como formación defensiva en la camisa de fuerza de la neurosis obsesiva.
El neurótico obsesivo se distancia de su propio goce. De un goce que amenaza desbancarlo como sujeto convirtiéndolo entonces en mera voracidad sin límites. De ahí la necesidad de una defensa frente al ascenso en el goce. La rigidez es una forma de controlar el exceso traumático del goce. La seriedad mortífera. El amortajarse en la investidura simbólica.
En cambio, un goce doloroso nos hace sentir objetos del goce del Otro, objetos manipulables. Entonces, lo que corresponde, es el asco hacia ese goce que nos incita a trocarnos en meros objetos. Estamos hablando de la histeria."
En resumen, el goce es un vestigio de la relación originaria con la madre, del mismo modo que su antítesis, la castración, nos remite a la ley paterna y al ingreso en lo social. El goce es una melancólica e innecesaria vuelta al pasado; es la gasolina del neurótico que, habiendo perdido su lingote de oro, rememora su tragedia al tiempo que consume un futuro no utilizado, jamás jugado.
“La oposición entre goce y castración es fundamental puesto que esta oposición es el eje sobre el que se articula la dirección de la cura. El sujeto debe renunciar al goce a cambio de una promesa de otro goce que es propia de los sujetos de la ley. El goce originario, el goce de la cosa, anterior a la ley, es un goce maldito que deberá ser sustituido por una promesa de goce fálico, de un goce mesurado por la castración, entendida como toma de conciencia, internalización, de los límites reales y morales del goce.
La ley, nos separa de la madre y del goce que se pone en juego en la fusión con ella. La ley separa, pone al nombre-del-padre en ese lugar de omnipotencia, ordena desear, concertar. El amor es el sentimiento encargado de suplir la inexistencia de la relación sexual y de reaportar el goce al que se debió renunciar.”
El goce es un abono que en el pasado fue sustancia viva pero en el presente se ha descompuesto y adquirido nuevas características. Las cartas que no jugamos activamente en el ahora formarán la baza del goce futuro; los “debería…”, los “tendría…” no son más que antiguos lingotes que, solo después de haber sido robados, adquieren plena funcionalidad para edificar patológicos castillos de queja y arrepentimiento.
Como decía Gabriela Mistral, la experiencia es un billete de lotería comprado después del sorteo. Esto, no obstante, no justifica el no seguir jugando.
Una vez más, adjunto el archivo relativo a las últimas entradas: “Goce.pdf"
[1] Extraído del siguiente link.
1 comentario:
Muy bueno el artículo, es la primera vez que entro en el blog, es muy valorable el lenguaje simple y directo, sin pretendidas formaciones intelectualoides-ininteligibles que caracterizan a los psicoanalistas.
Yo agregaría al final que el abandono de la madre que impone la ley es el abandono de la madre fálica, de la madre con pene, o sea de un objeto imposible, pero presente en la fantasía del neurótico, sobre todo en la histeria. Es a esa madre fálica que hay que abandonar, la madre que da TODO, que puede dar todo porque tiene, por que fálica. Aceptar la castración no sólo es aceptar el límite impuesto por la ley al goce, sino aceptar que la madre está castrada, por lo tanto deseante. De lo contrario se intentará tapar esa falta en la madre, hubicándose cómo objeto, como falo de la madre.
Un saludo,
Gonzalo
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