allá por los últimos años del siglo XIX. La primera tópica perseguía localizar y circunscribir los diferentes sistemas intrapsíquicos, y a tal fin el fundador del psicoanálisis delimitó los campos del
.
Esta primera presentación en sociedad del concepto de inconsciente sigue vigente en la teorización y práctica psicoanalítica actual; esto es: la llegada de la
(allá por 1920 y que próximamente abordaremos en otra entrada) no invalidó en modo alguno a la primera. En este marco inicial, el inconsciente se nos dibuja como un
aislado, un lugar primigenio (y quizá filogenético) donde moran los instintos más elementales y desde donde parten las pulsiones.
El inconsciente como
sustantivo responde (con mayor o menor ambigüedad) a la pregunta
¿dónde?, y se caracteriza por estar a merced de los
procesos primarios, en el plano más alejado de la
conciencia y la
percepción, en un territorio errático donde la libido no está ligada, donde el tiempo no transcurre. Este inconsciente es ajeno a lo externo y a la experiencia individual; por lo tanto, inquietantemente anobjetal, únicamente se preocupa de liberarse de las cargas que acumula de la manera más inmediata posible.
Omnipotente por definición, el inconsciente de la primera tópica es un recién nacido eterno que no realizó el
estadio del espejo; asocial, intemporal y sin atisbo de duda razonable, este protopsicótico que todos albergamos sólo se preocupa por satisfacer pulsiones e instintos, por dejarse llevar por el
principio del placer y su periódica satisfacción.
Tirano necesario, todo él motor libidinal y foco de pulsiones eróticas y de autoconservación, todos los inconscientes se asemejan en su esencia. No hay inconscientes castrados, no hay inconscientes
faltantes… no hay inconscientes que alberguen siquiera la ideación de enfermedad o muerte. Ajeno a las guerras simbólicas que se juegan en el piso de arriba, el inconsciente se posiciona en un más allá de los dilemas de la personalidad individual: siempre proactivo, siempre afiliado al
falo.
Este inconsciente no se forma ni se conforma. ES y EXISTE en su absurda ignorancia, ajeno al
cogito cartesiano. Hermanado de serie con la fisiología y nuestro propio soma, esta quintaesencia del ser se muestra incómodamente idéntica al de otras especies animales y, como ya se encargó de evidenciar Freud en su época, es completamente inaccesible a la conciencia y al análisis. Inexpugnable.
Hasta aquí la vertiente del inconsciente de la primera tópica en su cualidad de
motor pulsional, a modo de extraño habitante de nuestra psique con anterioridad a que se conformara nuestro propio Yo. Podríamos decir que, si bien lo social y el lenguaje preexisten al sujeto, su inconsciente (el
Ello de la segunda tópica) también nos preexistió antes del advenimiento de nuestra propia autoconciencia. Y nos subyace.
Siempre subyace.
Mas llega el momento (estadio del espejo y metáfora paterna mediante) en el que se produce el
Big-Bang de nuestra existencia individual. Tras la
Bejahung y el acatamiento a regañadientes de la ley precursora, el sujeto (por primera vez sujeto) se ve compelido a exiliar su omnipotencia y su esencia fálica fuera de campo, y a tal fin se produce una primera represión (
represión originaria constituyente - ROC) que inaugura la función del inconsciente
como almacén. El primer significante en ser extraditado a ese otro campo (
significante unario o S1) no deja de ser el propio
falo, un constructo que ya no podrá ser reclamado por el individuo pero que, atrincherado en los sótanos del psiquismo, gobernará desde el anonimato todos sus actos conscientes.
Paralelamente a esta represión originaria (repetimos:
constituyente) el niño vive el proceso –inaugurando su
subjetividad yóica- como una frustración que anclará dicha significación y vivencia castrante en el simbólico (-φ al
preconsciente, a fin de cuentas
no se puede almacenar la falta en un inconsciente que la desconoce). De esta forma y en resumen, de un golpe el significante unario (el
falo) se reprime e inaugura el
inconsciente reprimido, al tiempo que un primer significado, una primera vivencia (la
castración resultante de su experiencia de frustración), habita inauguralmente el
simbólico hasta entonces inexistente. De este paradójico equilibrio surge un Yo que se posiciona a caballo entre la omnipotencia en el exilio y la aceptación de las leyes desde el simbólico. Cual fénix, de la muerte de la omnipotencia y la certeza nace el individuo…
…como pago, toda una existencia vagando entre la subjetividad y la duda.
Volviendo al inconsciente de la primera tópica, con independencia de los avances yóicos e individuales del sujeto que le acoge, dicho inconsciente continúa con su afán erótico de dar salida urgente a todas las cargas libidinales, de despachar en forma de
pulsión toda la tensión interna impidiendo que ésta se acumule. Por contra, el golpe de estado que se ha declarado en el exterior hace que al inconsciente se le acumule la faena: muchos de los paquetes que se envían al piso superior son devueltos sin siquiera ser entregados, con lo que al tiempo que el sótano alberga toda una infraestructura de producción, también se ve obligado a destinar cada vez más espacio a tareas de almacenaje… En un ejemplo que raya lo infantil, del buen balance entre entradas y salidas, entre
stock y producción, depende en gran medida la salud mental de todo el “edificio”.
Lo reprimido vuelve…
Y es que el espacio dedicado a tareas de almacenaje es limitado, y periódicamente antiguas remesas de paquetes devueltos vuelven a ponerse en circulación, reenviándose a los pisos superiores pero ésta vez sin destinatario. Convertidos por su confinamiento en cartas-bomba, con un mensaje caducado pero aún deseoso de hacerse escuchar, los significantes reprimidos vuelven a un preconsciente que desconoce dónde ubicarlos. Todo el departamento de administración simbólica se ve colapsado por la nueva remesa anónima. ¿El resultado?
…en forma de síntoma.
Apartándonos de la metáfora, un síntoma no deja de ser la simbolización de un significante huérfano, un intento desesperado de dotarle de significación y depositarlo en el exterior, todo ello con independencia de que el Yo consciente lo perciba de forma displacentera.
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