El concepto freudiano de metapsicología aparece continuamente a lo largo de las Obras Completas; Episódicamente, en la relación epistolar que mantiene con Fliess, para ir finalmente perfilándose en textos como “Proyecto de psicología científica”, “Más allá del principio del placer” o “El Yo y el Ello”.
La concepción metapsicológica consiste en un intento positivista de delimitar los fenómenos que interactúan entre los diferentes niveles de la consciencia, atendiendo a las relaciones tópicas, dinámicas o económicas que afectan a la manifestación libidinal o a las interrelaciones entre las instancias. Por decirlo de un modo más escueto, Freud instaba a todo profesional psicodinámico a descomponer la fenomenología clínica en sus elementos más atómicos.
Dentro de la teoría de las pulsiones, Freud nos invita a considerar la libido como una especie de energía psíquica elemental, una energía que parte de los estratos más inconscientes de nuestro psiquismo –el Ello como reservorio libidinal- y que puede investirse bien en objetos externos (en catexias eróticas ajenas al Yo del sujeto), bien retrotrayéndose al propio individuo (repleccionada narcisísticamente). La libido se define, en otra acepción, como la materia prima de la que se sirve la pulsión para ejercer su empuje, como la gasolina de nuestro sistema deseante.
La libido se convierte así en un recurso vital a nivel intrapsíquico, en una esencia que conforma nuestras mareas internas, siempre a merced de diferentes mecanismos de equilibrio y homeostasis. Y es que a esto puede reducirse (quizá de forma un tanto simplista) toda la teorización psicodinámica: a la delicadísima ponderación de fuerzas antagónicas, al cociente o resto de nuestras apuestas libidinales.
De esta forma, el aparato intrapsíquico gestiona sus quantums de libido de manera matemática, a modo de estricto contable que realiza constantes balances de las entradas y salidas, de las partidas y del stock disponible. De hecho, y como hemos comentado hasta la saciedad, el síntoma a menudo se nos dibuja como un grito desesperado, una espita desde la que emerge una verdad incómoda pero preñada de real, henchida de emergencia libidinal.
La libido. Moneda de cambio
Dentro de la teoría de las pulsiones, Freud nos invita a considerar la libido como una especie de energía psíquica elemental, una energía que parte de los estratos más inconscientes de nuestro psiquismo –el Ello como reservorio libidinal- y que puede investirse bien en objetos externos (en catexias eróticas ajenas al Yo del sujeto), bien retrotrayéndose al propio individuo (repleccionada narcisísticamente). La libido se define, en otra acepción, como la materia prima de la que se sirve la pulsión para ejercer su empuje, como la gasolina de nuestro sistema deseante.
La libido se convierte así en un recurso vital a nivel intrapsíquico, en una esencia que conforma nuestras mareas internas, siempre a merced de diferentes mecanismos de equilibrio y homeostasis. Y es que a esto puede reducirse (quizá de forma un tanto simplista) toda la teorización psicodinámica: a la delicadísima ponderación de fuerzas antagónicas, al cociente o resto de nuestras apuestas libidinales.
De esta forma, el aparato intrapsíquico gestiona sus quantums de libido de manera matemática, a modo de estricto contable que realiza constantes balances de las entradas y salidas, de las partidas y del stock disponible. De hecho, y como hemos comentado hasta la saciedad, el síntoma a menudo se nos dibuja como un grito desesperado, una espita desde la que emerge una verdad incómoda pero preñada de real, henchida de emergencia libidinal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario