
Vamos allá:
Transferir: Pasar de un lugar a otro.
A modo de introducción, deberíamos aclarar que la transferencia consiste en un fenómeno de repetición inconsciente, metonímico. Como individuos neuróticos, toda una cohorte de fantasmas implícitos mediatiza nuestra relación con los demás, fantasmas anidados en toda una red transferencial de expectativas, atribuciones, esquemas de comportamiento… Nada más conocer a otro, y guiados por un mecanismo mucho más inconsciente de lo que nos gustaría reconocer, toda una serie de resortes nos ubican del lado de la simpatía o de la antipatía, del distanciamiento o del feeling. Ajenos a los mecanismos que gobiernan nuestra conducta prosocial, el imaginario se nos dibuja como el campo en el que se pasean, cortejan y enemistan transferencias y contratransferencias, en un eterno cortejo de equívocos y asunciones.
Y es que la transferencia no deja de ser una de las más claras evidencias de estar doblegados a la tiranía de un reflejo. Hijos del estadio del espejo y atrapados por su especularidad, la asunción de nuestra propia imagen, la peregrina construcción de nuestro autoconcepto, se ha venido realizando a través de la respuesta que obteníamos de otros lambdas a la deriva. Reza la máxima teórica que no existe transferencia sin resistencia; a esto deberíamos añadir que –en ausencia de lazos transferenciales- tampoco podríamos hablar de comunicación, a lo sumo de molino de palabras o de diálogos de ascensor.
Para aquellos que se sientan más cómodos con la terminología psicológica, el concepto de rapport sería en cierto modo semejante al de transferencia, si bien éste se circunscribe al aspecto más consciente y volitivo de la comunicación terapeuta-paciente, con lo que la equivalencia no es todo lo válida que nos gustaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario