Como en cualquier préstamo, llega un momento en que debemos efectuar la devolución. La asunción de un saber (supuesto saber que nos atribuye el paciente) nos promociona a un rango simbólico que no deja de ser un escalón articulante pero provisional y artificioso.
La transferencia negativa cae por sí misma, bien mutando al lado positivo, bien precipitando el abandono terapéutico. La verdadera problemática subyace del lado de la transferencia positiva, en la que el terapeuta, ascendido a un rango de silencioso amante, de escucha privilegiado, puede forzar eterna una relación que se prometía temporal.
Es sabido que el analista obtura una falta del lado del analizado; de manera fugaz, se deja ubicar (o se resiste a ello) en diferentes posiciones transferenciales. Se hace necesario que, ya entrados en el grueso del análisis, y sobre todo de cara a su correcta finalización, el Otro Grande se despoje de sus mayúsculas e invite al analizado a ir apeándole el tratamiento. Como advertía Lacan, el caer del objeto “a” corresponde a una destitución del analista, destitución que permite la resolución del carácter ilusorio de la transferencia.
Si el analista no se suicida del simbólico prestado por el paciente, éste último quedará perennemente atrapado en el ámbar de la mentira transferencial, rindiendo pleitesía a un falso dios que él mismo ha ascendido a los cielos. Se hace urgente virar esta falsa conexión, facilitando un cambio del “amor de transferencia” (quizá necesario en los inicios del tratamiento) por “transferencia de trabajo”.
En la transferencia de trabajo el espejo se hace opaco, y el paciente, desde la soledad acompañada del sittin’, va elaborando un saber propio ahí donde el Otro ya no facilita su saber. Este será su descubrimiento. En el momento en que el sujeto acepta que el saber está en su propio discurso, agazapado, se hace posible el inicio de un duelo necesario: que el analista no atesora ese saber, que tan sólo se prestó durante un tiempo a ser el albacea de un conocimiento que el paciente ya trajo –sin saberlo- a la primera entrevista.
Una vez más, y después de seis entradas, adjunto el documento íntegro: "Transferencia.pdf"
Es sabido que el analista obtura una falta del lado del analizado; de manera fugaz, se deja ubicar (o se resiste a ello) en diferentes posiciones transferenciales. Se hace necesario que, ya entrados en el grueso del análisis, y sobre todo de cara a su correcta finalización, el Otro Grande se despoje de sus mayúsculas e invite al analizado a ir apeándole el tratamiento. Como advertía Lacan, el caer del objeto “a” corresponde a una destitución del analista, destitución que permite la resolución del carácter ilusorio de la transferencia.
Si el analista no se suicida del simbólico prestado por el paciente, éste último quedará perennemente atrapado en el ámbar de la mentira transferencial, rindiendo pleitesía a un falso dios que él mismo ha ascendido a los cielos. Se hace urgente virar esta falsa conexión, facilitando un cambio del “amor de transferencia” (quizá necesario en los inicios del tratamiento) por “transferencia de trabajo”.
En la transferencia de trabajo el espejo se hace opaco, y el paciente, desde la soledad acompañada del sittin’, va elaborando un saber propio ahí donde el Otro ya no facilita su saber. Este será su descubrimiento. En el momento en que el sujeto acepta que el saber está en su propio discurso, agazapado, se hace posible el inicio de un duelo necesario: que el analista no atesora ese saber, que tan sólo se prestó durante un tiempo a ser el albacea de un conocimiento que el paciente ya trajo –sin saberlo- a la primera entrevista.
Una vez más, y después de seis entradas, adjunto el documento íntegro: "Transferencia.pdf"
No hay comentarios:
Publicar un comentario