Tal y como comentamos tras abordar la psicosis, retornamos a cauces neuróticos con una serie de entradas (cuatro en total) destinadas a arrojar un poco de luz sobre el clásico concepto de Superyó:
En pasadas entradas hemos ido desglosando las instancias del Ello y el Yo en virtud de su articulación con la segunda tópica freudiana. Analizamos el carácter instintivo, omnipotente, atemporal y anobjetal del Ello, cristalizado en el inconsciente y reprimido en una niñez eterna, en un más allá del estadio del espejo y de la relación con terceros. Esta instancia primitiva, sede de la necesidad, cumplía una doble función: la de motor pulsional del aparato intrapsíquico y, después del advenimiento de una primera frustración, almacén de los significantes (o representaciones) reprimidos por el preconsciente simbólico.
A partir de la citada primera frustración (Nombre del Padre mediante), el niño es expulsado del acomodaticio narcisismo primario, hallándose exiliado a un universo imaginario que se ve obligado a compartir con otros. Inaugurando el Yo en dicho proceso, el infante ve sometidas sus necesidades y deseos a un creciente número de leyes externas. La libido libre del Ello (embajadora de un país anárquico y sin leyes), debe atravesar una aduana en la que se le exige atenerse a las primeras normativas simbólicas.
Cortocircuitada por la burocracia que le impone el entorno, dicha libido ve cómo se coarta su rápida expresión, y las necesidades infantiles son crecientemente demoradas, anuladas o sujetas a la presión del tiempo y el objeto. El antiguo principio del placer (que fue tolerado los primeros meses de vida) debe reconvertirse con arreglo a la normativa del principio de realidad, y con el cambio de ejecutivo el niño crea (es obligado a hacerlo) un Yo que le dota de inteligencia, que le enseña a moverse entre las leyes y, en el plazo más corto posible, le insta a regatearlas.
De esta guisa, en los primeros años de vida observamos cómo el niño ve sometidos sus impulsos instintivos en base a todo un corolario de reglas y normas sociales. También presenciamos cómo una nueva instancia (el Yo, inmaduro y egocéntrico) trata de lograr la satisfacción de sus impulsos por vías alternativas. Mientras, la creciente inteligencia convierte al infante en una suerte de psicópata perverso: conocedor de sus deseos y cada vez más avispado a la hora de sortear las leyes que le frustran.
Estaremos de acuerdo que con susodichas instancias (un Ello de serie y un Yo forjado adaptativamente para satisfacerle por vías secundarias), el ser humano aún distaría mucho de parecerlo. El niño aprendería a obedecer las leyes ante la presión externa y, a regañadientes, se sometería a las mismas mientras (en silencio) tramaría modos de sortear a sus carceleros. Repetimos, con la amenaza en ciernes de la psicopatía, una tercera instancia debe advenir para dotar al individuo de un mínimo deseable de moralidad y autocensura.
En la siguiente entrada efectuaré las debidas presentaciones.
Para más información sobre el funcionamiento de la segunda tópica, aconsejo consultar ésta entrada posterior del blog.
El superyo I. Segunda tópica: tres inquilinos
En pasadas entradas hemos ido desglosando las instancias del Ello y el Yo en virtud de su articulación con la segunda tópica freudiana. Analizamos el carácter instintivo, omnipotente, atemporal y anobjetal del Ello, cristalizado en el inconsciente y reprimido en una niñez eterna, en un más allá del estadio del espejo y de la relación con terceros. Esta instancia primitiva, sede de la necesidad, cumplía una doble función: la de motor pulsional del aparato intrapsíquico y, después del advenimiento de una primera frustración, almacén de los significantes (o representaciones) reprimidos por el preconsciente simbólico.
A partir de la citada primera frustración (Nombre del Padre mediante), el niño es expulsado del acomodaticio narcisismo primario, hallándose exiliado a un universo imaginario que se ve obligado a compartir con otros. Inaugurando el Yo en dicho proceso, el infante ve sometidas sus necesidades y deseos a un creciente número de leyes externas. La libido libre del Ello (embajadora de un país anárquico y sin leyes), debe atravesar una aduana en la que se le exige atenerse a las primeras normativas simbólicas.
Cortocircuitada por la burocracia que le impone el entorno, dicha libido ve cómo se coarta su rápida expresión, y las necesidades infantiles son crecientemente demoradas, anuladas o sujetas a la presión del tiempo y el objeto. El antiguo principio del placer (que fue tolerado los primeros meses de vida) debe reconvertirse con arreglo a la normativa del principio de realidad, y con el cambio de ejecutivo el niño crea (es obligado a hacerlo) un Yo que le dota de inteligencia, que le enseña a moverse entre las leyes y, en el plazo más corto posible, le insta a regatearlas.
De esta guisa, en los primeros años de vida observamos cómo el niño ve sometidos sus impulsos instintivos en base a todo un corolario de reglas y normas sociales. También presenciamos cómo una nueva instancia (el Yo, inmaduro y egocéntrico) trata de lograr la satisfacción de sus impulsos por vías alternativas. Mientras, la creciente inteligencia convierte al infante en una suerte de psicópata perverso: conocedor de sus deseos y cada vez más avispado a la hora de sortear las leyes que le frustran.
Estaremos de acuerdo que con susodichas instancias (un Ello de serie y un Yo forjado adaptativamente para satisfacerle por vías secundarias), el ser humano aún distaría mucho de parecerlo. El niño aprendería a obedecer las leyes ante la presión externa y, a regañadientes, se sometería a las mismas mientras (en silencio) tramaría modos de sortear a sus carceleros. Repetimos, con la amenaza en ciernes de la psicopatía, una tercera instancia debe advenir para dotar al individuo de un mínimo deseable de moralidad y autocensura.
En la siguiente entrada efectuaré las debidas presentaciones.
Para más información sobre el funcionamiento de la segunda tópica, aconsejo consultar ésta entrada posterior del blog.
7 comentarios:
Por mí genial, ahora puedo hacer el seguimiento del blog desde el celular.
¡Y enhorabuena por los contenidos!
querido gerar, felicitarte por el sundo premio que te otorga el blog de stulfiter.
un abrazo
¡¡Muchisimas Felicidades Gerardo!!Te deseo que siga teniendo mucho éxito tu blog. El contenido el excepcional. Un abrazo.
Gerardo, entonces el perverso y el psicópata tienen en común un Superyó mudo, porque la instancia como tal está, otra cosa es que su Yo contemple las normas que lo componen. Por cierto, felicidades por el blog en general y por los escritos en particular. Un abrazo.
Ana, por decirlo de alguna manera el psicópata tiene hecha la "preinstalación" del superyo, pese a no tenerlo operativo. Realizó en su momento la adquisición de la metáfora paterna (que le alejó de la psicosis), más la prägung posterior (etapa fálica) fue deficitaria, por lo que la introyección del superyó no se efectuó correctamente, quedando transgredido.
totalmente de acuerdo con el articulo de gerardo, les recomiendo que lo lean
genial el contenido me aclara muchas dudas, gracias el contenido es excepsional
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