Hemos de reconocer que esta diferenciación puede ser peliaguda. Se supone que la transferencia positiva está formada por sentimientos (conscientes) de simpatía y cordialidad hacia la figura del analista, por lo que resulta lógico –a priori- inferenciar que se trata de una aliada en el proceso terapéutico, al ayudar a afianzar una atmosfera de confianza que apuntala el discurso. El problema viene precisamente de este apuntalamiento, y de que el discurso que se ve reforzado no deja de ser consciente. Moviéndonos únicamente por el equívoco campo de las transferencias positivas, podemos caer en el error de aliarnos al Yo del paciente, y con ello afianzar la represión que suele actuar sobre los estratos más profundos de su personalidad.
Sin duda las transferencias positivas son más cómodas de gestionar en el sittin’, precisamente por su peligrosa cualidad de unirse a los fantasmas narcisistas del terapeuta. En un vals de rapport que puede tornarse en mero yourself, el espectro fantasmático de la realidad del paciente puede quedar coartado a su vertiente más amable, que nunca es la más necesitada de terapia.
Por lo contrario, la transferencia negativa ha sido históricamente vilipendiada por las resistencias que conscientemente fortifica en cualquier análisis. El paciente se muestra reticente a confiarnos su discurso, desconfía de la profesionalidad del terapeuta o de la propia validez del método psicológico (con independencia de la orientación escogida). El paciente intenta apear al analista de cualquier posicionamiento simbólico, y de ésta guisa podemos sorprendernos escuchando una frase que ya se ha convertido en todo un cliché: “yo no creo en los psicólogos”. En todo un alarde de incoherencia (¿por qué, entonces, ha acudido voluntariamente a nuestra consulta?) queda amagada la esencia de la transferencia negativa: subyaciendo a todo el despliegue de defensas conscientes, a nivel inconsciente se esconde un paciente asustado y, por lo común, sorprendentemente colaborador.
Con estas cartas sobre la mesa, podemos advertir el ambiguo carácter de las transferencias. Las de tipo positivo, las amistosas, entorpecen el buen curso terapéutico convirtiendo al analista en un oráculo omnisciente y benefactor, al tiempo que postergan que el propio paciente ejercite su propio mecanismo de abreacción. Las de tipo negativo, en cambio, nos colocan en las cercanías del verdadero foco sintomático pero, sobre todo al inicio del tratamiento, son las más sensibles a la hora de provocar un abandono precipitado.
No debe pues extrañarnos que las transferencias (con independencia de su apariencia imaginaria) deben ser jugadas en el terreno simbólico que nos presta el sittin’. Pese a que se recomiende -como es lógico- reforzar las transferencias positivas al inicio del tratamiento, el analista debe ser cauto de no estancarse en lo acomodaticio de ese reflejo, facilitando al paciente la opción de “dejarse atravesar”, de convertirse en sparring del lado negativo transferencial.
Por lo contrario, la transferencia negativa ha sido históricamente vilipendiada por las resistencias que conscientemente fortifica en cualquier análisis. El paciente se muestra reticente a confiarnos su discurso, desconfía de la profesionalidad del terapeuta o de la propia validez del método psicológico (con independencia de la orientación escogida). El paciente intenta apear al analista de cualquier posicionamiento simbólico, y de ésta guisa podemos sorprendernos escuchando una frase que ya se ha convertido en todo un cliché: “yo no creo en los psicólogos”. En todo un alarde de incoherencia (¿por qué, entonces, ha acudido voluntariamente a nuestra consulta?) queda amagada la esencia de la transferencia negativa: subyaciendo a todo el despliegue de defensas conscientes, a nivel inconsciente se esconde un paciente asustado y, por lo común, sorprendentemente colaborador.
Con estas cartas sobre la mesa, podemos advertir el ambiguo carácter de las transferencias. Las de tipo positivo, las amistosas, entorpecen el buen curso terapéutico convirtiendo al analista en un oráculo omnisciente y benefactor, al tiempo que postergan que el propio paciente ejercite su propio mecanismo de abreacción. Las de tipo negativo, en cambio, nos colocan en las cercanías del verdadero foco sintomático pero, sobre todo al inicio del tratamiento, son las más sensibles a la hora de provocar un abandono precipitado.
No debe pues extrañarnos que las transferencias (con independencia de su apariencia imaginaria) deben ser jugadas en el terreno simbólico que nos presta el sittin’. Pese a que se recomiende -como es lógico- reforzar las transferencias positivas al inicio del tratamiento, el analista debe ser cauto de no estancarse en lo acomodaticio de ese reflejo, facilitando al paciente la opción de “dejarse atravesar”, de convertirse en sparring del lado negativo transferencial.
3 comentarios:
Estimado señor:
Le escribo para invitarle a leer en mi humilde blog mi última entrada acerca de un sentimiento por desgracia muy común; el odio. Quizás le interese leerlo, más teniendo en cuenta su profesión.
Saludos desde Gran Canaria.
Hola, Gerardo. Me parece muy interesante todo lo que abordas sobre el tema de la transferencia. Esclarecedor tambien, podria ser aquí el concepto lacaniano de "deseo del analista", que vendria a ubicar qué posicion puede ocupar el analista en esa situacion de dos, en la que no habria, no obstante, intersubjetividad, siendo solamente uno el sujeto (el paciente) y el otro, el analista, intentando encarnar el objeto. ¿Que piensas de esto, de acercar ese otro concepto al de la transferencia?
Muchos saludos,
Verónica
Verónica, en el sittin' realmente podríamos hablar de cuatro interlocutores:
1. El paciente (sujeto del enunciado),
2. El inconsciente del paciente (sujeto del inconsciente),
3. El psicoanalista como objeto otro,
4. El Saber atribuido al psicoanalista, que le asciende a la categoría de Gran Otro o Sujeto Supuesto Saber.
Si analizamos esta tétrada, las posiciones 1, 2 y 4 pertenecen al paciente, de una u otra manera. Sólo la tercera posición es practicable por el analista, y es dónde -regulando silencios e intervenciones-, se ubicaría el denominado "deseo del analista" que, en teoría, debería reducirse al acto de hacer presencia.
Espero haber arrojado algo de luz a una concepción de por sí abstracta.
Un saludo.
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