16 enero 2009

La maldición de la lucidez (II). La falta

Vamos allá, entremos en teoría.
En la infancia, de producirse las necesarias castraciones que nos ubican del lado neurótico de la personalidad (y nos alejan de la psicosis mediante el salvoconducto de un cuarto nudo), el lugar que ocupaba el falo en el triunvirato madre-falo-hijo queda vacante, reclamado por un Padre simbólico que exige su propiedad y usufructo más allá del imaginario. De este necesario golpe de estado que desarticula la simbiosis madre-hijo queda un vestigio anclado en el preconsciente del infante, un primer significado que poblará un simbólico recién nacido: la falta.
La falta es, pues, un agujero necesario, el silencio que articula y da sentido a las cadenas significantes. La falta (la castración, el -φ), se convierte en una compañera de viaje a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo. Gracias a dicha ausencia –a dicha hiancia- el motor pulsional se pone en marcha invitándonos al equívoco juego del deseo. Más allá, el lenguaje se impone como una necesidad para que nosotros (ya cautivos de dicha incomplitud, de dicha deficiencia estructural) dispongamos de un lugar significante (un ágora social) dónde depositar nuestras demandas.
Sólo de este modo, escindidos, agujereados y castrados, comenzamos a dibujarnos como individuos prosociales, en las antípodas del autismo y de la certeza psicótica pero bajo la hégira de la duda y la incertidumbre.
Dicho agujero (vestigio de real puro pero morador de nuestro simbólico más insospechado) será cubierto por estratos de consciencia e imaginario. El falo, exiliado fuera de juego por un Padre simbólico que no volvió a coincidir con el Padre imaginario, es atribuido a otros objetos exteriores, convirtiéndose en la moneda de cambio (el agalma) de todo un corolario de relaciones sociales y personales.
Si a esto le añadimos la problemática edípica, todos somos hijos aguardando un reencuentro, renegando de una falta que –pese a todo- nos obliga a continuar con nuestra particular diáspora. "Uno sabe pero se olvida de que sabe, ésa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa se complica cuando uno no puede olvidar. El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino si-multáneas e inseparables."
Definida la falta (presuntuoso ejercicio de nomenclar el vacío, casi a modo de DZwG rorschárica), en la próxima entrada retomaremos el esquivo concepto de lucidez.

4 comentarios:

Verónica dijo...

Qué interesante, Gerardo, esta manera de explicar la falta. Es uno de los conceptos, creo yo, más difíciles, pero cruciales, en psicoanálisis.
Lamento la simplicidad, pero una vez lo vi explicado gráficamente a través de un pequeño juego que utilizan los niños: es un recuadro con varias casillas móviles con las que se arman, por ejemplo, palabras horizontalmente. Bueno, ahí falta una casilla, pero precisamente porque falta, porque hay una vacía, es que se hace posible el intercambio de letras para formar las palabras. A mí me gustó este ejemplo sencillísimo.
Muchos saludos,
Verónica

Anónimo dijo...

Con respecto a la falta, siempre recuerdo unas palabras de un profesor: "La falta debe faltar"
Estoy muy seguro que sabes de que estoy hablando y sería muy bueno de tu parte un artículo sobre este particular tópico.
Desde ya muchas gracias y te felicito por el blog.

Gerardo Fernández Santamaría dijo...

Antetodo, gracias por el comentario. Cuidado con lo de que "la falta debe faltar"; el castellano es un idioma ambigüo, en especial en lo que se refiere a las dobles negaciones. La falta NO debe faltar, si no estar presente. De hecho, la frase "la falta debe faltar" muy bien podría ser el grito de guerra de un perverso.
Pese a ello, se intuye perfectamente lo que tu profesor quería transmitir.
Un afectuoso saludo.

Anónimo dijo...

Muy buena la metáfora del juego de las casillas móviles, Verónica. Muchas gracias.