21 enero 2009

Primera Tópica: El inconsciente sustantivo

En las próximas entradas pretendo retomar el concepto de las tópicas freudianas, su nacimiento teórico, su formación psico-genética, así como los procesos que subyacen a todo el complejo aparataje intrapsíquico. A tal fin, aconsejo que éste y las próximas entradas sean leídas con el siguiente gráfico a mano (al cliquear encima se agranda y permite su descarga). Un saludo.

Freud sistematizó su teoría (de un modo metapsicológico) en la denominada primera tópica, allá por los últimos años del siglo XIX. La primera tópica perseguía localizar y circunscribir los diferentes sistemas intrapsíquicos, y a tal fin el fundador del psicoanálisis delimitó los campos del inconsciente, el preconsciente y el consciente.
Esta primera presentación en sociedad del concepto de inconsciente sigue vigente en la teorización y práctica psicoanalítica actual; esto es: la llegada de la segunda tópica (allá por 1920 y que próximamente abordaremos en otra entrada) no invalidó en modo alguno a la primera. En este marco inicial, el inconsciente se nos dibuja como un topos aislado, un lugar primigenio (y quizá filogenético) donde moran los instintos más elementales y desde donde parten las pulsiones.
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19 enero 2009

Lucidez (III). La insoportable levedad del ser

El ser humano es frágil por naturaleza. Dentro de los corrillos sanitarios (en esos lugares que, entre cafés y chistes negros, tienen prohibido el acceso los "afortunados" pacientes), los médicos bromean que –de saber la realidad de cuán expuesto está a la muerte, sobre cuán ignorante es la medicina a la mayoría de las enfermedades- el individuo de a pie estaría horrorizado ante lo fortuito de su existencia.
Que el imaginario sea una tupida pátina no le quita un ápice a su cualidad de artificioso barniz. Desde nuestra atalaya privilegiada, los analistas observamos como el gradiente de cotidianidad desfila todos los días al otro lado de nuestras mesas, desde el adolescente abrumado por la incapacidad que se atribuye ante los estudios, pasando por el cuarentón desubicado (demasiado similar en sus demandas al adolescente anterior), hasta llegar a esa pareja tan ideal que –circunstancias de la vida- el fin de semana anterior presenciaron cómo la policía extraía a su bebito muerto de la piscina de los vecinos.
(Fragilidad).
Volviendo a la clínica psicoanalítica, con excepción de la histeria de conversión (legítima anfitriona de la mascarada imaginaria), tanto la histeria de angustia como la neurosis obsesiva presienten –ya no una presencia- sino a la ausencia agazapada entre los apuntalamientos del decorado. Se trata de dos maneras de intuir dicha evidencia, dos formas de cohabitar con el vacío que -bien por la vía de la angustia, bien por la de la lucidez- hace a estos individuos especialmente sensibles a la letra pequeña.
Allí donde la fobia huye de un vacío del que no puede zafarse, la neurosis obsesiva deambula traviesa por el horizonte de sucesos que conforma su perímetro. Allí donde la neurosis de angustia se aqueja de horror vacui, el obsesivo juguetea con los infinitos y fantasea –nihilista- con destruir o crear universos. Allí donde el “¿y si?” del fóbico convoca monstruos, el “¿y si?” se ha convertido en la forma última de comprender el mundo para el obsesivo, que a su vez queda atrapado en infinitas combinatorias. Por último, allí donde el obsesivo juguetea travieso con la omnipotencia de pensamiento y el solipsismo (asesinando en su afán a la restante humanidad), el fóbico se rodea de humanidad para garantizarse la credibilidad de su propia existencia.
Habitantes limítrofes del –φ.
De hecho, no mantener la distancia de seguridad con dicho agujero (resistente a la simbolización) es una de las prototípicas causas de cierto deslizamiento en el cuarto nudo. Sin salir de la acomodaticia neurosis -pero visitando el lado más exacerbado del rasgo- sobre todo la población obsesiva puede (afortunadamente en casos muy minoritarios) rozarse el delirio de autoreferencia. En nuestra clínica recordamos el caso de un paciente que se acercó demasiado a los límites reales del vacío. En un cuadro que nos vino remitido como psicosis esquizofrénica, el muchacho estaba convencido de haber “muerto el (anterior) lunes”. Sin meternos en el proceso terapéutico (que podemos desarrollar en un futuro para quién así lo desee), se trataba de un desliz metafórico en un sujeto obsesivo cercano al TOC, que a lo largo de las sesiones arribó sorprendentemente el puerto de la neurosis.
Saliendo de la siempre problemática área border-line (quizá nunca mejor dicho que en el tema que nos ocupa), la lucidez (obsesiva) se caracteriza por una sensación de haber traspasado un límite implícito, de haber recorrido un sendero más allá de las señalizaciones y, en el proceso, haber roto irreversiblemente un resorte que mantenía la cotidianidad dentro de su cualidad de creíble y confiable. En una fenomenología que nos acerca sospechosamente al temor a la afánisis (les remito a este problemático concepto), la inconsciente omnipotencia del sujeto pone en tela de juicio la propia capacidad deseante del individuo, que se siente desubicado (sobre todo afectivamente) del imaginario pero extrañamente cercano a una verdad incómoda.
La sesión con mi paciente derivó (no podría ser de otra forma) al mito de la Caja de Pandora. Al preguntarle sobre qué pensaba encontrar dentro, si creía que la esperanza aguardaba a modo de bálsamo último y reparador, subrayó su carácter lúcido y (evidenciando las lecturas lacanianas que frecuenta durante el fin de semana) contestó:
“Esperanza lo dudaría, pero quizá… …Sí, quizá un espejo”.

Una vez más, y para finalizar con estas entradas dedicadas al concepto de lucidez, adjunto el documento íntegro en formato .pdf. Un saludo.

16 enero 2009

La maldición de la lucidez (II). La falta

Vamos allá, entremos en teoría.
En la infancia, de producirse las necesarias castraciones que nos ubican del lado neurótico de la personalidad (y nos alejan de la psicosis mediante el salvoconducto de un cuarto nudo), el lugar que ocupaba el falo en el triunvirato madre-falo-hijo queda vacante, reclamado por un Padre simbólico que exige su propiedad y usufructo más allá del imaginario. De este necesario golpe de estado que desarticula la simbiosis madre-hijo queda un vestigio anclado en el preconsciente del infante, un primer significado que poblará un simbólico recién nacido: la falta.
La falta es, pues, un agujero necesario, el silencio que articula y da sentido a las cadenas significantes. La falta (la castración, el -φ), se convierte en una compañera de viaje a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo. Gracias a dicha ausencia –a dicha hiancia- el motor pulsional se pone en marcha invitándonos al equívoco juego del deseo. Más allá, el lenguaje se impone como una necesidad para que nosotros (ya cautivos de dicha incomplitud, de dicha deficiencia estructural) dispongamos de un lugar significante (un ágora social) dónde depositar nuestras demandas.
Sólo de este modo, escindidos, agujereados y castrados, comenzamos a dibujarnos como individuos prosociales, en las antípodas del autismo y de la certeza psicótica pero bajo la hégira de la duda y la incertidumbre.
Dicho agujero (vestigio de real puro pero morador de nuestro simbólico más insospechado) será cubierto por estratos de consciencia e imaginario. El falo, exiliado fuera de juego por un Padre simbólico que no volvió a coincidir con el Padre imaginario, es atribuido a otros objetos exteriores, convirtiéndose en la moneda de cambio (el agalma) de todo un corolario de relaciones sociales y personales.
Si a esto le añadimos la problemática edípica, todos somos hijos aguardando un reencuentro, renegando de una falta que –pese a todo- nos obliga a continuar con nuestra particular diáspora. "Uno sabe pero se olvida de que sabe, ésa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa se complica cuando uno no puede olvidar. El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino si-multáneas e inseparables."
Definida la falta (presuntuoso ejercicio de nomenclar el vacío, casi a modo de DZwG rorschárica), en la próxima entrada retomaremos el esquivo concepto de lucidez.

14 enero 2009

La maldición de la lucidez (I)

Dedicado a Nuria, por el prestamo.

El otro día una paciente me regaló un saber, una reflexión, un trozo de conocimiento que engrosará el montante de supuestos saberes que otros pacientes me atribuirán. Resulta paradójico que un analista se construya con restos de la deconstrucción de sus analizados. Es lo que hay.
Volviendo a la paciente, en un momento dado de la sesión, al preguntarle por el fin de semana, comentó haberlo pasado regateando la lucidez, ya que –y en este punto me preguntó:- “¿sabes que lucidez proviene etimológicamente de Lucifer?”. Al hilo de la conversación, la paciente me citó el nombre de una película argentina, Lugares comunes, de cuyo guión recordaba haber extraído la información. Adjunto un fragmento textual del filme:

"Uno sabe pero se olvida de que sabe, ésa es la manera de convivir con la lucidez. Pero la cosa se complica cuando uno no puede olvidar. El despertar de la lucidez puede no suceder nunca, pero cuando llega, si llega, no hay modo de evitarlo; y cuando llega se queda para siempre. Cuando se percibe el absurdo, el sinsentido de la vida, se percibe también que no hay metas y que no hay progreso. Se entiende, aunque no se quiera aceptar, que la vida nace con la muerte adosada, que la vida y la muerte no son consecutivas sino simultáneas e inseparables. Si uno puede conservar la cordura y cumplir con normas y rutinas en las que no cree, es porque la lucidez nos hace ver que la vida es tan banal que no se puede vivir como una tragedia. Es un don y un castigo, está todo en la palabra: lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio; pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer y Lucifer viene de luz y de ferous, que quiere decir “el que tiene luz”, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor. El único placer que uno puede conocer, el único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez: el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar. En esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal. Pizarnik: genial. El lúcido puede seguir viviendo mientras conserve el instinto de la especie, el impulso vital. Es muy posible que, con los años, esa fuerza oscura e instintiva se pierda. Es necesario entonces apelar a algo parecido a la fe; hay que inventarse un motivo, una meta que nos permita reemplazar el impulso animal perdido por una voluntad fríamente racional. Pero esa voluntad es muy difícil de mantener. De repente, sin motivo, se va, se apaga, desaparece. Es entonces cuando se sigue o no se sigue, se puede o no se puede. Y si no se puede no hay culpa. No importa el amor de los otros ni el amor que uno siente por ellos: si uno no sigue, todo sigue sin uno y sigue igual. Todo pasa, pasa la ausencia. Se conoce la muerte antes de morir, es un final antiguo, un final muy común, es un final deseado que se espera sin temor porque uno lo ha vivido ya muchas veces. Todo da igual."

Para disponer de todas las cartas sobre la mesa, la ca(u)salidad quiso que la misma paciente, en la siguiente sesión, me preguntara por el concepto de “hiancia” (por lo visto, alimenta traviesa sus fines de semana con lúcidas lecturas lacanianas).
Hasta aquí por hoy, en la próxima entrada entraremos en teoría.

12 enero 2009

Esquema Lambda (VI): La S barrada, la S deseante

En un último ejercicio de abstracción, el inconsciente queda representado en el esquema Lambda como una S mayúscula pero, ¿por qué barrada?
El hecho de barrar el inconsciente es una forma de evidenciar la necesaria condición castrada del sujeto. El inconsciente queda castrado (barrado) desde el mismo momento en el que elabora un primer deseo. Cuando el niño, ya realizada la Spaltung y separado psíquicamente de la madre, se percibe que necesita un otro que le proporcione lo que le falta, que cumpla sus deseos, deja de ser omnipotente para comenzar a desear, a demandar. Se construye por vez primera el significante unario (S1), el falo, para ser separado y ubicado en el lugar del Otro Grande, de aquel que lo gestiona y provee. De forma simultánea, el antagónico significante de la castración inaugura la posición de demandante, una posición que el sujeto no abandonará hasta la muerte y que, a cambio, inaugurará el lenguaje y la necesidad de la comunicación.
Por partes. La primera demanda dibujará lo faltante, y la Spaltung arrojará el falo a las galeras de lo reprimido en el niño. A partir de ese momento, el infante comenzará a hilvanar demandas en un proceso que, primero, inaugurará el inconsciente, segundo, hará necesario acatar la primera ley (la de dominar el lenguaje y someterse a las leyes de su construcción), y tercero, por extensión, el niño iniciará su andadura por el imaginario de lo social, creando nuevos lazos de comunicación e introyectando un sistema cada vez más complejo de leyes y normas.
Aquello que nos atenaza, que nos enlaza de por vida a los eslabones del discurso y la concatenación de Lambdas, que nos aliena es -paradójicamente y al mismo tiempo- aquello que nos regala un primer traje para pasear por el imaginario, que va dibujando nuestro Yo y nuestra denostada neurosis.
A fin de cuentas, cadenas que nos hacen libres, ataduras simbólicas y preconscientes que posibilitan nuestro deambular consciente.

Una vez más, y para finalizar con estas entradas dedicadas al esquema Lambda de la intersubjetividad, adjunto el documento íntegro en formato .pdf. Un saludo.

09 enero 2009

Esquema Lambda (V): El reino de los fantasmas

Nuevamente, la supuesta intencionalidad y la consciente independencia del hablante hace aguas. Desde el paradigma psicoanalítico, toda relación, cualquier combinatoria entre un sujeto y otro, por novedosa que resulte, va a beber de fuentes inconscientes, de relaciones pasadas y a menudo estereotipadas.
En un supuesto que ha levantado numerosas críticas (a menudo debidas a que defiende un cierto mecanicismo y a que hiere de muerte al individualismo yóico), el psicoanálisis defiende que toda relación adulta está mediatizada por esquemas establecidos en la infancia. Se trata del pago exigido por abandonar el nido demasiado tarde. Nuestra especie paga -con el neuroticismo como moneda- la afrenta de criar a los individuos hasta casi la treintena. Curiosamente, serán esos mismos individuos los que defenderán a ultranza su individualidad y su Yo consciente, y hasta cierto grado es comprensible: deben rellenar de coherencia la inversión realizada durante años en capas y capas de maquillaje yóico.
En fin, dando por válida la hipótesis de la repetición de las relaciones, tenemos que ser cautos al re-examinar la agenda: el por qué de nuestras amistades, lo casual de nuestra elección de pareja, por qué nuestro discurso florece con determinadas a’, mientras que se coarta y casi extingue en presencia de otras… En la línea que se dibuja entre el inconsciente y el otro, entre la S barrada y la a’, se ubicará el fantasma, a modo de metáfora sobre la elección inconsciente que tomamos en la infancia y que regulará (desde lo insabido, desde lo casual) cualquier comunicación que establezcamos con nuestro entorno.
Como hemos visto en otros seminarios, los pequeños exámenes realizados en la infancia van a determinar todas nuestras interacciones. Ser activo o pasivo, ser fálico o castrado, afiliarse al Ser o al Tener… van a ser condicionantes de la comunicación, afectando de modo decisivo qué atribuimos a causas internas o externas, qué posición desempeñamos con respecto al otro… así como a la manera en la que exhibimos nuestro palmito consciente allá en lo imaginario.
En otro frente, la evolución de nuestro superyo, el modo en el que acatamos la ley o decidimos enfrentarnos a ella, nuestro bagaje infantil con las figuras de autoridad… entre otros factores, a su vez serán determinantes de nuestra relación con la A mayúscula del Lambda.
¿Determinados? Parece que sí, pero también determinantes: El rol que asumimos y desempeñamos a su vez articula los fantasmas del vecino, en una interdependencia simbólica y casi infinita de relaciones homeostáticas. Sobre el tablero de lo social se dibujan infinitos Lambdas, que a su vez configuran a amos y a esclavos, amistades y odios, relaciones simétricas y tiranías… volviendo a Matrix, y cerrando la pescadilla obsesiva, todo un universo de atribuciones tan falsas como articulantes.

06 enero 2009

Reanudamos el rumbo

¡Volvemos!
Una vez pasadas las fiestas y celebraciones (que en España se extienden hasta la festividad de Reyes, el 6 de Enero), tanto Valentín como yo retomamos la dinámica del blog.
En lo que a esta página respecta, el viernes nueve continuaré con las últimas entradas relativas al esquema Lambda, y a partir de entonces el calendario de publicaciones será constante, más o menos al ritmo de los meses anteriores (3-4 entradas a la semana).
Aprovechamos también para felicitar a los lectores de nuestras páginas. Os deseamos el 2009 que os mereceis.
Un saludo.