27 febrero 2009

Sueños (IV) El autoanálisis de los sueños

Espalda Casi tan efectivo como realizarse uno mismo un tatuaje en la espalda, así de simple.
El análisis de los sueños, pese a ese aire místico tan New Age, no es un entretenimiento para las fiestas de verano, en competencia directa con los cartomantes o esa conocida que tanto sabe de astrología. Recordemos que en la trastienda de todo el fenómeno en sí reside el fenómeno de la represión, y que ésta nunca es arbitraria. Se reprime aquello que duele o que no puede ser elaborado, de ahí que tendamos a metaforizarlo para establecer una salubridad homeostática.
No soñamos para disfrutar (pese a que a menudo disfrutemos de los sueños). Tampoco soñamos para realizar descargas neurales (que evidentemente se producen durante las horas de sueño). ¿Y si le devolvemos la razón a Freud y pensamos en el proceso onírico como una válvula de escape de nuestro inconsciente, al fin libre después de un agotador día lidiando entre lo correcto y lo censurable? ¿Y si el sueño se dibuja como el único campo de juego de unos sentimientos siempre amordazados durante la vigilia?
No obstante gran parte del proceso nocturno ha de ser posteriormente encriptado. Es el soñante quien codifica la información. Es el soñante quien elige el método. Y, finalmente, coronando un proceso especialmente paradójico, el material no es codificado para que nadie acceda a él (como sería lógico durante la vigilia), sino para que el propio sujeto no comprenda qué puso en juego la noche anterior. Material peligroso. Material tan poco maleable que sólo puede surgir por las noches, bajo el amparo de un descuido de la consciencia.

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25 febrero 2009

Sueños (III). La interpretación del material

Libro Llegamos a la mala noticia:

no existe diccionario.

Aquello que resulta evidente para cualquier clínico experimentado, no deja de sorprender a la población lega. No existe un manual de términos común, ni alfabético ni mucho menos temático. El terreno de lo onírico ha sido desde siempre tan atractivo como criticado, y se han ido erigiendo a su alrededor un sinfín de leyendas que más de uno da por supuestas. Todos hemos oído mencionar tradiciones en torno a lo que significa el caer de un diente, o soñar con perlas, o… (ponga aquí el vaticinio de su localidad).

Los ladrillos con los que se edifican los sueños son comunes a toda cultura y sociedad, más la manera de organizarlos es propia de cada individuo, e intentar sacar factor común es una empresa por muchos emprendida pero con pocos resultados prácticos a nivel objetivo.

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23 febrero 2009

Sueños (II). La reconstrucción de lo soñado

Tendemos a la coherencia (de nuevo pueden preguntárselo a los cognitivistas), y muy a menudo rellenamos el incómodo material faltante recurriendo a la razón consciente. Como ocurre con el discurso, allí donde falla la lógica, allí donde faltan ladrillos para articular un sueño, es donde suele esconderse el material más relevante. Tendemos a pasar por alto los mayores filones en pos del material más conexo.Puzzle

Se hace imperativo avisar al paciente sobre el mecanismo de la reconstrucción. El sueño debe ser expuesto al analista tal cual, sin artificios ni remiendos, siendo sospechosos aquellos relatos detallados y lineales, demasiado imperfectos en su perfección.

Igualmente debe ser el analista quien realice la criba entre los sueños para seleccionar los más significativos, aquellos con un mayor contenido metafórico, no permitiendo al paciente el salvar del repertorio los que considera “más interesantes”.

“De repente, ya no estaba allí (…) era un sitio desconocido, y estaba acompañado por dos personas también desconocidas”

No hay desconocidos en los sueños. Ni ubicaciones ni personas.

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19 febrero 2009

La interpretación de los sueños (I). Restos diurnos

Soñante

Si se cree en la existencia de un inconsciente no arbitrario y elaborado (ventaja que cada vez elegimos menos especialistas), la forma en que se codifica la información de dicho aparato psíquico (complejo en base a su desconocimiento) pasa por el rasero del mecanismo de la metáfora y la metonimia. Es de esta forma, en base a las respectivas condensaciones y desplazamientos, cómo se explican los fenómenos psicoanalíticos de la asociación libre o la propia interpretación de los sueños.

Porque, ¿qué es interpretar un sueño? ¿Qué extraño y taimado arte se esconde tras dicho proceso de interpretación? ¿Quiénes son los elegidos para desempeñar la magia y en base a qué criterios?

Como suele ocurrir con la magia, detrás hay truco.

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13 febrero 2009

El Goce (IV). La némesis del Goce

Del otro lado del goce se encuentra La ley, que lo acota y delimita. La libertad de uno acaba donde empieza la de los demás. Y bajo esta máxima se libra una batalla constante entre nuestro narcisismo y el imaginario social que nos ampara.

El goce inicial no consistía más que en la aspiración a un plus de placer; mas para exiliar de dicho nirvana al individuo y arrojarle a lo social, todo un corolario de preexistentes leyes simbólicas (herederas a su vez del Nombre Del Padre), estrangulan dicha pretensión confinándola a una cárcel preconsciente.

Reza el mitema que existió un Uno que dijo no a la castración, un Uno primitivo, padre de la horda y fundador del simbólico; todo él falo, todo él goce. En “Tótem y tabú” Freud nos invitó a contemplar en dicho mito (el del asesinato del Padre de la Horda) la génesis de nuestra esencia social, el origen de la primera Ley con la interdicción de acceso al goce a todos los futuros descendientes de aquel Uno.

Los matemas correspondientes:

Matemas

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11 febrero 2009

El Goce (III). Esopo

Reza la fábula:
El Avaro Esopo
Un avaro, convirtiendo en oro toda su fortuna, fundió con el metal un lingote y lo enterró en cierto lugar, enterrando allí, a la vez, su corazón y su espíritu. Todos los días se dirigía a ver su tesoro.
En esto, le observó un hombre, adivinó su suplicio y, desenterrando el lingote, se lo llevó. Cuando poco después volvió el avaro y halló el escondrijo vacío, se puso a llorar y a arrancarse los cabellos.
Un vecino que le vio lamentarse de tal manera, después de informarse del motivo le dijo: No te desesperes así, hombre, porque al fin y al cabo aunque tenías oro no lo poseías verdaderamente. Agarra una piedra, escóndela donde estaba el oro y figúrate que es oro; la piedra servirá para ti como si fuera el oro mismo, pues a lo que veo cuando lo tenías enterrado no utilizabas para nada esta riqueza.

(Nada es la propiedad sin su disfrute)


¿Dónde advertir el goce? Popularmente, podría considerarse que el avaro gozaba engañosamente de su posesión pese a no disfrutar de su usufructo, de ahí la consecuente moraleja. No obstante, el psicoanálisis va más allá estableciendo que –paradójicamente- el goce se asentaría a partir del robo y de la pérdida, pues sería entonces cuando el avaro podría “disfrutar” de su lamento y de la queja resultante.
De hecho, en la parcela simbólica (de la misma forma que la madre nutricia en la imaginación del niño), el lingote de oro moraría incluso en su ausencia imaginaria, finalmente resguardado de ladrones. El avaro continuaría escavando periódicamente en sus recuerdos para rememorar la pérdida del lingote, desconociendo que mediante dicho proceso, y por fin, ha llegado a atesorarlo plenamente.
Padecer de una falta que habita en el simbólico allí donde no se supo (o pudo) disfrutar de ella en el imaginario. De nuevo, las connotaciones referentes a la primera frustración infantil quedan acantonadas en nuestra personalidad y dirigen, desde el fantasma, nuestra relación con terceros. En una mayoría de casos, el objeto (prototípicamente: la relación de pareja) queda condenado a ir desfalleciendo, a decepcionar en el consciente para ubicarse en un puesto de honor simbólico: servir de alimento a la queja.
Y es que esta trampa edípica cimenta a la queja como un grito de guerra, estructural en las histerias, destilando un goce residual subyacente al hecho de que, frustradas en el imaginario, evidencian no estarlo en lo simbólico.
“El goce es la sustancia vital que se ’retuerce’ en su insatisfacción, que pugna por realizarse, sin tomar en cuenta al otro y la ley. La carne del infante es ya desde un inicio un objeto para el goce. Ese infante podrá ser ‘gozado’ fuera de las coordenadas del deseo y la ley. No obstante, ese infante tendrá que identificar su lugar en el Otro, en el sistema sociosimbólico. Es decir, podrá constituirse como sujeto en la medida en que internalice los significantes que proceden de ese Otro, que siendo seductor y gozante está al mismo tiempo mediatizado por las propias interdicciones que lo constituyen. La madre, por ejemplo, puede gozar de su bebé considerándolo una posesión a la que puede disfrutar a su antojo. No obstante, esa madre, con su potencial seductor y gozante, contiene también a la ley y su prohibición del goce, por lo que su tentación de usufructuar el cuerpo de su hijo, se verá refrenada. De esta manera, en vez de persistir en el trato de su bebé como objeto de goce, comenzará a autolimitarse, a interpelarlo como sujeto, a reconocerlo como un agente en ciernes, dentro de los intercambios simbólicos.”[1]
En resumidas cuentas, allí donde el obsesivo intenta –fútilmente- sustraerse al goce y erradicarlo de su sistema simbólico (de hecho intenta que todo aquel que le rodea renuncie igualmente a su usufructo), la histeria se nos dibuja como la quintaesencia de la negación a ser gozada y la reivindicación del propio goce, pese a su ambiguo discurso de seducción imaginaria.

[1] Extraído del siguiente link.

09 febrero 2009

El Goce (II). La génesis

Ciclo del Goce
Con la inauguración del espacio simbólico en el bebé, con el estreno de la función imaginativa (colindante al proceso alucinatorio debido a la desubicación fisiológica de sus sentidos, todavía escindidos en un ser que no ha realizado aún el estadio del espejo), el niño por vez primera instaura a la madre como agente simbólico, como aquello que mora en su fantasías cuando se ausenta en la realidad.
Sometido a la frustración de dichas ausencias, el bebé recrea la imagen de aquella que sacia sus necesidades, realizando un primer duelo y confinando a su tiránica carcelera entre los barrotes de su imaginación.
Como hemos visto en otros seminarios en lo referente a dicha pérdida primordial, a dicha estructural auto-percepción de dependencia hacia el Otro como dador, el niño fantasea la presencia del pecho y de su portadora, alucinando la satisfacción de sus necesidades en ese duermevela constante al que se reduce su existencia en los primeros meses de vida.
Hasta aquí todos podemos comprender lo adaptativo de este proceso de recreación alucinatoria pero, tan sólo meses después, con la conquista del propio cuerpo y de la especularidad, el niño nos sorprende con la adquisición de una nueva capacidad: la de fantasear las ausencias de la madre en momentos de presencia real. Ha llegado la hora de la venganza. Autores como Melanie Klein teorizan que el niño se debate entre la depresión y la manía, entre la fantasmática destrucción de la madre nutricia y la posterior reparación e introyección de la misma. Desde esta orientación teórica, no sería descabellado argumentar que el infante, todo él necesidad, sólo accederá a amar al objeto como formación reactiva (reparadora) de su anterior deseo de destrucción del mismo.
En este momento en el que el niño entremezcla sadismo y reparación, destrucción y reencuentro, Freud ubica el fenómeno del “fort-da” como culminación del duelo hacia la figura materna, como triunfo de lo simbólico sobre lo real. A partir de este clivaje en la subjetividad, el ser humano se encontrará en una extraña tierra de nadie, a merced de pulsiones de destrucción y de los encontrados sentimientos que estas generan al ascender a la conciencia.
Y es que toda dependencia conlleva generar transferencia negativa en un segundo plano, y en esta paradoja económica se articulan –ambivalentes- los diferentes sentimientos afectivos: desde la amistad hasta la familia, pasando por nuestra pareja. Todas nuestras apuestas libidinales son desplegadas a consta de recortes en nuestro propio narcisismo, por lo que no debiera extrañarnos que nuestro Yo inconsciente odie justo aquello que nuestro Yo consciente ama y necesita. Con idéntico mecanismo al que nos vimos obligados a recurrir para ubicar la falta materna, a menudo nuestro Yo más oculto juega a asesinar a nuestros seres queridos, dibujando escenarios terribles que emergen a nuestra conciencia sin haber sido invitados.
Esta sería una utilización del goce claramente obsesiva, siendo esta una estructura que prototípicamente reprime el sadismo. Como hemos ido advirtiendo en otros seminarios, el obsesivo constantemente inhibe la agresividad inherente a toda relación y, como pago, ésta se acumula en estratos inconscientes y habla desde ellos. Asesina desde ellos. Percibiendo mensajes que intuye propios pero vive como ajenos, al obsesivo solo le queda esperar que el mandato superyóico haga acto de presencia, de manera aún más sádica que sus pueriles ideaciones inconscientes. Con independencia de los rituales (más o menos mágicos) que el obsesivo levante como muralla defensiva, el proceso se cierra infinito siempre bajo la misma fórmula, atendiendo a la dinámica que se observa en el gráfico que encabeza el artículo.
Pese al ejemplo, la neurosis obsesiva no es (ni mucho menos) la estructura de personalidad más afianzada en el uso y abuso del goce. Como veremos más adelante, desde el territorio de la histeria también se reclama el usufructo de tan preciado veneno.

06 febrero 2009

El Goce (I). Introducción

El ahorcado Disfrutar jodiéndose.

Concepto difícil donde los haya, el goce psicoanalítico dista enormemente del concepto popular; allí donde en la calle es considerado como una manifestación de placer y satisfacción consciente, la teoría analítica lo reserva como un rudimento del déficit, a menudo como un embajador de la queja y el recorte.

Pese a que Freud ya intuyó su oculto funcionamiento en instancias inconscientes, debemos a Lacan toda la articulación teórica que a posteriori se articuló sobre este incómodo concepto: El goce fálico, el goce del Otro… goce masculino y goce femenino respectivamente; un fenómeno universal hilvanado al lenguaje y entrelazado con la cadena significante, con la perpetuidad de la demanda y con la repetición.

No obstante navegar por aguas lacanianas nos dirige a extraños puertos, pues toda la teorización del goce se dibuja como un territorio a menudo hermético, de dificilísima comprensión, sospechosamente lejano cuando debiera ser (como lo fue para Freud) económicamente intuitivo.

De hecho y con posterioridad, gran parte de la escuela lacaniana ha construido su corral en torno a la hermenéutica del goce, cacareando oscuros teoremas y encriptando aún más un mensaje de por sí complejo, un concepto del que exigen usufructo. Desde aquí denunciamos el abuso teórico, y como alternativa (tampoco somos especialmente originales) proponemos un cambio de rumbo a las antiguas cartas de navegación, un retorno a Freud.

Y en dicha empresa embarcaremos en las próximas entradas.

04 febrero 2009

Can Cerberos, el guardián de las tópicas

Moviéndonos cautelosos entre las tópicas freudianas, y siguiendo con la intervención, ¿en qué nos centramos? ¿Modificamos la estructura inconsciente de la personalidad o rectificamos los rasgos de carácter conscientes?

Guardemos momentáneamente el bisturí. Echemos antes una detenida mirada al paciente que, paradójicamente y sin anestesia alguna, nos implora un cambio al otro lado de la mesa de operaciones. Para cada caso particular, e independientemente de la demanda del paciente (a menudo desencaminada) debemos evaluar dónde se localiza el foco sintomático.
En una mayoría de casos los pacientes acuden propositivamente a terapia con una demanda sincera y sopesada: desean un cambio que se les ha antojado imposible en circunstancias anteriores. Una vez abandonan la queja histeriforme y se olvidan de atribuir sus fracasos a causaciones externas (proceso que de por sí puede ser arduo en algunos individuos), comienza a dibujarse, a nivel inconsciente y en un terreno vetado y de difícil acceso, un esbozo de personalidad oculta, una sombra de sí mismos que, desde bambalinas, orquesta una sinfonía sintomática contraria a sus propósitos conscientes.
El ejemplo más claro de esta configuración intrapsíquica la encontramos en el colectivo fóbico; Generalmente educados, sociales y adaptados al imaginario, y con un envidiable control del sadismo que les aparta de la problemática histeriforme clásica, estos perfectos ciudadanos, estos afables jugadores de lo social, esconden un yo inconsciente siempre deficitario; un tramposo tahúr que les exige anclarse a la inferioridad y al pesimismo. Cualquier indicio de remonte, cualquier sospecha de mejora consciente, precipita una sensación de desconfianza (la denominada señal de angustia) que acostumbra a venir acompañada de diversos actings y retrocesos terapéuticos. En estos individuos se observa claramente hasta qué punto su personalidad inconsciente se ha hermanado con el beneficio secundario que el síntoma le procura, hasta qué punto han hecho de la convivencia con la patología y el recorte un estilo de vida en sí mismo.
Y es que existe una ley máxima que el fóbico obedece a ultranza: “la satisfacción del momento es la ruina del siguiente”[1]. Anticipándose al pago que cree le espera, agazapado entre la angustia, el fóbico se auto-mutila constantemente, perseverando en una poda que le asegura un mínimo de estabilidad, siempre perentoria. De ahí al masoquismo ahí un recorrido anecdótico. Hiladoras del goce.
Moviéndonos en arenas movedizas, alejar del síntoma a estos individuos (a priori el principal objetivo de cualquier terapia) se convierte en el disparador de una alarma inconsciente, en el percutor de la angustia... angustia de disolución yóica.
De hecho, Lacan, en su seminario de 1962, desenmascara la demanda fóbica al establecer que la angustia aparece “cuando desconozco mis insignias”, cuando “no sé lo que soy como objeto para el Otro”[2]. Al fóbico no le gusta la imagen que le devuelve el espejo pero, al ser invitado a ponerla en entredicho, siempre preferirá la distorsión (lo malo conocido) que no reconocerse en la nueva imagen (“desconocer sus insignias”). De esta forma esta estructura representa de manera prototípica la batalla entre el yo consciente y el inconsciente, la aporía del “ten cuidado con lo que deseas”.
Y es que ante la incómoda pregunta de nuestro deseo (el che vuoi? lacaniano) nos encontramos con dos respuestas por cada individuo: una de ellas sale espontánea en la primera entrevista (“deseo estar bien”, en su forma más ingenua), pero otra respuesta comienza a emerger cuando la andadura terapéutica acumula cierto recorrido. De nuevo, dos personalidades cohabitan en cada sujeto, dos esferas (a la manera de Szondi: el perfil del primer y el segundo plano) que no necesariamente comparten objetivos.
La neurosis obsesiva, en cambio, suele constituirse en un universo diferente. Con estas personalidades a menudo se advierte que la problemática afecta más a la superficie, a la imposibilidad de crear una máscara adaptativa, que al hecho de ser hablados por su patología inconsciente. De hecho, allí donde en las fobias podríamos hablar de un Yo masoquista, en la neurosis obsesiva el Yo inconsciente pasa por ser la víctima de un superyó característico, especialmente sádico. Generalizando mucho (con todos los problemas que esto nos pueda acarrear) podríamos decir que allí donde conviene enmudecer al yo fóbico interesa dar la palabra al yo obsesivo.
Y de este modo debemos ser extremadamente cautos a la hora de intervenir, pues el equilibrio entre lo deseado y lo indeseable es más sutil y adaptativo de lo que el paciente está dispuesto a admitir. En lo que se refiere a las características de nuestra personalidad, excederse en la manifestación de un rasgo a nivel consciente, evidenciarlo al extremo, equivale a coartar y reprimir su parte antagónica, que capitaneará en forma de pulsión impulsos que se nos antojarán ajenos y sintomáticos. Como almacén de las antítesis, el inconsciente atesora los fantasmas que expulsamos de nuestra consciencia, y el Yo que allí habita se convierte en su portavoz, guardián y cancerbero[3].
Como viene siendo costumbre después de desarrollar un concepto, os dejo el archivo para descarga: "Inconsciente.pdf"

[1] H.P. Lovecraft.
[2] Seminario “La angustia”, 14 de noviembre de 1962.
[3] En la mitología griega, Cerbero (‘demonio del pozo’), también conocido como Can Cerberos, era el perro de Hades, y guardaba su puerta (el inframundo griego), asegurando que los muertos no salieran y que los vivos no pudieran entrar.

02 febrero 2009

El reverso de la Navaja de Ockham

La navaja de Ockham (o principio de economía o de parsimonia) hace referencia a un tipo de razonamiento basado en una premisa muy simple: en igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta. El postulado es Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, o “no ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias”.
Concepto elegante donde los haya, la navaja de Ockam ha sido (hasta hace poco) el exponente más claro del método científico. Abanderando este principio muchas corrientes psicológicas (con el conductismo como vertiente más representativa) ha criticado el exceso de variables a contemplar por el psicoanálisis que, y hemos de reconocerlo, a todas las observables añade aquellas que son de índole pre o incluso inconsciente. A causa de este cambio de paradigma, a partir de los años sesenta la psicología entró en una etapa experimental, en un nuevo enfoque del estudio de la personalidad que, obviando las variables no observables, se centraba en las manifestaciones medibles para establecer estudios, ponderaciones e inferencias.
Resulta evidente que según la corriente psicoanalítica la personalidad bebe de variables difícilmente observables. Allí donde la navaja de Ockham aconseja rendirse ante la evidencia más plausible y coherente, y centrar el área de estudios en la superficie del iceberg, el psicoanálisis propone desplegar todo un equipo de submarinistas, buscando vestigios sumergidos en un más allá de la evidencia.
“…no ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias”
De acuerdo con la premisa, pero ¿quién estipula cuáles son las variables absolutamente necesarias? Ahí entramos en la polémica que, desde Kant en su crítica a la razón pura hasta el propio Einstein con su teoría de la relatividad, han venido sosteniendo autores que se auto-posicionan más allá del constructo de Ockham.
Adentrándonos un poco más en dicha polémica, en el lado antitético al principio de parsimonia nos encontramos con el principio de plenitud. Según éste, “todo lo que sea posible que ocurra, ocurrirá” y, pese a lo arriesgado de sus bases, sirve de marco teórico para la moderna física cuántica, la teoría del caos, los estudios de antimateria, la teoría de cuerdas, la hipótesis del multiverso, el análisis de fractales…
Volviendo a terrenos psicológicos, y recuperando a Kant en un fragmento de su crítica a la razón pura: “la variedad de seres no debería ser neciamente disminuida”. De hecho, el conductismo ha sido finalmente derrotado por el cognitivismo, un nuevo paradigma que postula que, más allá de la realidad objetiva, más allá de lo observable y cuantificable, lo verdaderamente relevante es la vivencia subjetiva de dicha realidad. De esta forma, la primera década del siglo XXI ha visto renacer el análisis de la personalidad desde un prisma multi-dimensional, por lo que el interés por las variables inconscientes ha vuelto a emerger con fuerza.