22 septiembre 2008

El estadio del espejo III. La trampa del lenguaje

Para concluir la serie de entradas relativas al estadio del espejo, hoy abordaremos los pormenores del aspecto lingüístico.
Ya desde los primeros meses, el lenguaje se erige como representante de la ley. Los significantes se nos imponen como un código simbólico preestablecido, a modo de pago ineludible por haber abandonado la metacomunicación silenciosa con la madre y haber ingresado en el universo de la demanda.
El discurso (como el estilo, en palabras de Lacan) es el hombre al que se dirige, y bajo esa premisa el lenguaje se puebla de fantasmas, balbucea, tornándose tan subjetivo como nuestra sesgadísima percepción del interlocutor. Recordemos que el tesoro de los significantes siempre se ubica en territorio del otro.
Y es que nuestro discurso, embajador cotidiano de la especularidad, se constituye como un intento de acceder a una comunicación con el receptor, empresa frustrante al percibir que no compartimos idéntico simbólico que nuestro reflejo.
Justo ahí, en las fallas de nuestras cadenas significantes, en la incapacidad del sujeto del enunciado para nomenclar nuestra verdad, es donde Freud ubicaba el segundo discurso, el del sujeto del inconsciente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

felicidas, la trampe del lenguaje me parece un articulo formidable.
desde medellin un saludo