Allá por 1974 Lacan, en su seminario R.S.I., articuló la base teórica de los tres registros. Basándose en la estructura borromea de tres círculos anudados entre sí, el autor delimitó tres campos de existencia y percepción: el registro imaginario y el simbólico, sedes de la experiencia y la identidad del individuo (entre otras), y el campo de lo real, impracticable e imposible de circunscribir.
El registro simbólico y el imaginario obturan al campo de lo real, que pese a ello subyace al empeño. De los tres círculos anudados, ninguno de ellos puede desplazarse sin que con ello se desmonte todo el aparataje intra e intersubjetivo del sujeto, sin que se resienta el aparato psíquico en una caída libre hacia lo real, hacia la desestructura de la psicosis. Afortunadamente, un cuarto nudo (el sinthome) salvaguarda el equilibrio de los tres campos manteniéndolos entretejidos entre sí.
Abstracciones aparte, en las próximas entradas vamos a realizar un repaso de la funcionalidad de estos registros, y conviene recalcar la dificultad que entraña abordar su explicación individual y aislada. Como en una mezcla cromática aditiva, los tres campos (y en especial el imaginario y el simbólico) son operacionales en tanto en cuanto se nos presentan de forma superpuesta, dado que el Yo del individuo se hace sitio en la precaria intersección de los tres conjuntos. El ser humano es aquello que busca su explicación y su sentido entre el nacimiento y la muerte, balizas de lo real, y va hilando su existencia torpemente sobre el escenario imaginario, dirigiendo sus dudas existenciales a un oráculo mudo (ora Dios ora su psicoanalista) que representa a un simbólico que le precede y le sucederá.
Dicho esto, armémonos de paciencia.
Abstracciones aparte, en las próximas entradas vamos a realizar un repaso de la funcionalidad de estos registros, y conviene recalcar la dificultad que entraña abordar su explicación individual y aislada. Como en una mezcla cromática aditiva, los tres campos (y en especial el imaginario y el simbólico) son operacionales en tanto en cuanto se nos presentan de forma superpuesta, dado que el Yo del individuo se hace sitio en la precaria intersección de los tres conjuntos. El ser humano es aquello que busca su explicación y su sentido entre el nacimiento y la muerte, balizas de lo real, y va hilando su existencia torpemente sobre el escenario imaginario, dirigiendo sus dudas existenciales a un oráculo mudo (ora Dios ora su psicoanalista) que representa a un simbólico que le precede y le sucederá.
Dicho esto, armémonos de paciencia.
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