Así como Freud nos aconsejaría realizar un acercamiento metapsicológico, el propio Lacan (padre conceptual de esta criatura) siempre recomendó abordar los registros atendiendo a las dinamias que se establecen entre ellos.
En nuestra realidad, resulta relativamente sencillo percibir la superposición del campo imaginario con el simbólico. A fin de cuentas, nuestro escenario está íntimamente hermanado con lo social y sus aparatajes ético-morales; y nuestra quintaesencia individual (herida de autoconsciencia), también recurre a diferentes oráculos a la hora de conseguir respuestas a su afán de trascendencia (la maldición de la lucidez, que le llaman algunos).
El simbólico cuenta con una zona consciente (hilvanada a nuestra propia identidad y al zeitgeist histórico que nos acoge) y una extensión inconsciente siempre más conservadora de lo que nos resultaría cómodo admitir. En las oscuras fronteras de lo insabido, el simbólico alberga leyes casi universales, sospechosamente filogenéticas; y es en este esquivo terreno donde el psicoanálisis ubica el articulante Nombre del Padre o la interdicción del incesto. En otro orden de cosas, esta anónima porción de simbólico es la artífice de codificar nuestros síntomas, con independencia de que en el piso de arriba el Yo ignore que esconden un discurso.
De hecho, a menudo se habla de lo real del síntoma. El síntoma es real en tanto en cuenta es un discurso puro que ha transgredido la lógica del consciente; es real por su nivel de autenticidad, apenas sesgado por un principio de realidad que desconoce el por qué de su génesis. En el síntoma (y en la histeria de conversión de manera prototípica) la pulsión reprimida utiliza el cuerpo como un lienzo sobre el que escribir un mensaje desesperado. Dicha “escritura” jamás es aleatoria (el inconsciente nunca lo es) e, indagando lo suficiente, detrás del síntoma encontraremos una metonimia simbólica, una recodificación de un mensaje que, en su momento, no aprobó el acceso a ser manifestado en el imaginario.
No obstante, adjunto a lo real del síntoma tenemos la percepción del mismo por parte del paciente que lo padece. Como siempre que hablamos de percepción, el carácter de realidad se desdibuja y nos encontramos con un amago imaginario, con un intento explicativo que constituye la demanda pero que rara vez nos acerca a la Verdad. Y es que de nuevo nos encontramos con una verdad del inconsciente por lo común distanciada de la verdad del sujeto del enunciado. De ahí la célebre sentencia lacaniana de “sujeto es aquel que miente”, entre otros motivos porque estamos condenados a percibir y -en el intento-, a alejarnos del noúmeno kantiano a favor de la subjetividad del fenómeno.
En otro orden de cosas, a menudo el tejido epitelial imaginario (extremadamente frágil en determinadas circunstancias) puede rasgarse lo suficiente para invitarnos a ver lo real que le subyace. Por lo común agazapado tras el trauma (una muerte repentina, en la mayoría de casos), nuestra cotidianidad puede desmoronarse en una debacle inesperada. Como resulta lógico ya no estamos hablando de la gratuidad de la neurosis, sino de repentinos sucesos que nos dejan desvalidos ante un atisbo de real resistente a la simbolización.
Como ejemplo de clínica psicoanalítica especializada en estas situaciones traumáticas (en su mayoría procesos de duelo), les remito a la siguiente página de una clínica barcelonesa.
Y para finalizar con estas entradas dedicadas a los tres registros lacanianos, adjunto el documento íntegro en formato .pdf. Un saludo.
El simbólico cuenta con una zona consciente (hilvanada a nuestra propia identidad y al zeitgeist histórico que nos acoge) y una extensión inconsciente siempre más conservadora de lo que nos resultaría cómodo admitir. En las oscuras fronteras de lo insabido, el simbólico alberga leyes casi universales, sospechosamente filogenéticas; y es en este esquivo terreno donde el psicoanálisis ubica el articulante Nombre del Padre o la interdicción del incesto. En otro orden de cosas, esta anónima porción de simbólico es la artífice de codificar nuestros síntomas, con independencia de que en el piso de arriba el Yo ignore que esconden un discurso.
De hecho, a menudo se habla de lo real del síntoma. El síntoma es real en tanto en cuenta es un discurso puro que ha transgredido la lógica del consciente; es real por su nivel de autenticidad, apenas sesgado por un principio de realidad que desconoce el por qué de su génesis. En el síntoma (y en la histeria de conversión de manera prototípica) la pulsión reprimida utiliza el cuerpo como un lienzo sobre el que escribir un mensaje desesperado. Dicha “escritura” jamás es aleatoria (el inconsciente nunca lo es) e, indagando lo suficiente, detrás del síntoma encontraremos una metonimia simbólica, una recodificación de un mensaje que, en su momento, no aprobó el acceso a ser manifestado en el imaginario.
No obstante, adjunto a lo real del síntoma tenemos la percepción del mismo por parte del paciente que lo padece. Como siempre que hablamos de percepción, el carácter de realidad se desdibuja y nos encontramos con un amago imaginario, con un intento explicativo que constituye la demanda pero que rara vez nos acerca a la Verdad. Y es que de nuevo nos encontramos con una verdad del inconsciente por lo común distanciada de la verdad del sujeto del enunciado. De ahí la célebre sentencia lacaniana de “sujeto es aquel que miente”, entre otros motivos porque estamos condenados a percibir y -en el intento-, a alejarnos del noúmeno kantiano a favor de la subjetividad del fenómeno.
En otro orden de cosas, a menudo el tejido epitelial imaginario (extremadamente frágil en determinadas circunstancias) puede rasgarse lo suficiente para invitarnos a ver lo real que le subyace. Por lo común agazapado tras el trauma (una muerte repentina, en la mayoría de casos), nuestra cotidianidad puede desmoronarse en una debacle inesperada. Como resulta lógico ya no estamos hablando de la gratuidad de la neurosis, sino de repentinos sucesos que nos dejan desvalidos ante un atisbo de real resistente a la simbolización.
Como ejemplo de clínica psicoanalítica especializada en estas situaciones traumáticas (en su mayoría procesos de duelo), les remito a la siguiente página de una clínica barcelonesa.
Y para finalizar con estas entradas dedicadas a los tres registros lacanianos, adjunto el documento íntegro en formato .pdf. Un saludo.
1 comentario:
EXCELENTES EXPLICACIONES GERARDO....MUY DIDÁCTICAS SI ME PERMITÍS EL CALIFICATIVO. SOY DE ROSARIO UNA CIUDAD QUE ES CUNA DEL PSICOANALISIS ARGENTINO. ESTOY ESTUDIANDO LA CARRERA DE PSICÓLOGO AUNQ NUESTRA FORMACIÓN ES 80% PSICOANALÍTICA. MAÑANA RINDO UN PARCIAL (dhep 2-DESARROLLOS HISTÓRICOS EPISTEMOLÓGICOS DE LA PSICOLOGÍA, MATERIA DE 3º AÑO). HASTA PRONTO. SEGUIRÉ TU BLOG.
Publicar un comentario