Un psicólogo se hace eco del discurso del paciente. Como profesional de la escucha consciente, se colocará en función del otro (a’), y desde ahí recogerá el discurso y elaborará diferentes estrategias. Dentro del modelo humanista, por citar un ejemplo, se insta a los profesionales a establecer un reflejo terapéutico, siempre devolviendo el discurso y enfatizando, de manera clara e indudable, que ha sido perfectamente entendido y debidamente comprendido. Desde esta perspectiva, el consciente del cliente es el verdadero experto en su vivencia, y el terapeuta se coloca en posición de reflejo de su discurso, empático, subrayando el final de sus frases y potenciando la construcción de las siguientes.
Como se puede adivinar, el profesional cae (y fomenta el uso) del molino de palabras, obligando a la cura (de producirse) a circunscribirse al registro imaginario (único campo contemplado por la inmensa mayoría de las orientaciones psicológicas).
A finales del siglo XX la psicología ya comenzó a cambiar el rumbo de su metodología. Después de décadas de conductismo, y bajo la equívoca denominación de cognitivismo, se ha comenzado a contemplar lo importante del sistema de creencias personal. Es un paso. El paciente deja de ser el experto para someterse al escrutinio de una revisión simbólica pero, pese a todo, desde esta perspectiva se sigue negando la existencia de un inconsciente estructurado. Sigue existiendo un único foco de discurso a escuchar, siendo responsabilidad consciente del individuo el reelaborar las cogniciones erróneas.
Para terminar el recorrido paradigmático, el psicoanálisis continúa reivindicando la existencia de un entramado inconsciente y estructurado. A diferencia de la primera lectura aparente, el sujeto no vive tiranizado por unos instintos latentes, sino más bien a la inversa: son dichos instintos los que, silenciados por todo un aparataje consciente, han sido relegados a la condición de inexistentes y, desde el limbo de lo insabido, buscan representación (somática o en discurso) en la cotidianidad del sujeto que les niega la existencia.
Se trata de diferentes maneras de abordar la naturaleza intrapsíquica, pero el psicoanálisis ha sido pionero en reivindicar otros registros donde librar la batalla. De un modo alternativo, el psicoanalista recoge el discurso consciente, pero sin atribuirle la exclusividad y/o la totalidad del mensaje. Manteniendo el punto de atención flotante, ya exhortado por Freud en los inicios de la clínica, el analista se va a mover entre la posición del que escucha (a’), y la posición del que aguarda un otro mensaje (A). Mientras el resto de colegas de profesión ahondan en los contenidos verbales conscientes, en los significados cargados de afecto, el psicoanalista esperará (normalmente desde el silencio) aquello que emerge detrás de las pausas, detrás de los equívocos. Agazapado en las esquinas del significante.
Consecuentemente, mientras un humanista ayuda al cliente a hilvanar su discurso hasta el infinito, un psicoanalista espera y fomenta su disolución, conocedor de que en las fallas de lo consciente es donde aguarda aquello que pugna por hacerse escuchar.
De ahí el fenómeno de la repetición. Si algo caracteriza a la mayoría de los individuos es su tendencia a reproducir patrones idénticos, pese a que ya se hayan demostrado disfuncionales en el pasado. Como hipótesis, quizá adoptemos esquemas simbólicos sin saber que lo hacemos, condenados a repetir un guión al haber olvidado haberlo aprendido.
Y mientras el consciente da vueltas en ruedas de goce y repetición, el inconsciente pugna por ser entendido, reiteradamente. En un curioso fenómeno que también atañe a los psicoanalistas, un sueño puede repetirse hasta que sea correctamente interpretado, acertadamente simbolizado. Independientemente de la brillantez de una interpretación, e independientemente de lo que ésta le guste/disguste al consciente del paciente, podemos hacer un seguimiento de su validez en la medida que el sueño no vuelve a ocupar el tiempo de la terapia, a menudo cambiando de actores pero con el mismo contenido. El inconsciente seguirá cifrando la metáfora de aquello que necesita finiquitar y, tras repetidos intentos fallidos, bien desembocará por la vía del síntoma, bien forzará el abandono de la terapia. A esto último se le viene denominando Reacción Terapéutica Negativa (o RTN en el argot psicoanalítico).
Y es que, puestos a ignorar al inconsciente, ya existen muchas otras corrientes psicologicistas.
Como se puede adivinar, el profesional cae (y fomenta el uso) del molino de palabras, obligando a la cura (de producirse) a circunscribirse al registro imaginario (único campo contemplado por la inmensa mayoría de las orientaciones psicológicas).
A finales del siglo XX la psicología ya comenzó a cambiar el rumbo de su metodología. Después de décadas de conductismo, y bajo la equívoca denominación de cognitivismo, se ha comenzado a contemplar lo importante del sistema de creencias personal. Es un paso. El paciente deja de ser el experto para someterse al escrutinio de una revisión simbólica pero, pese a todo, desde esta perspectiva se sigue negando la existencia de un inconsciente estructurado. Sigue existiendo un único foco de discurso a escuchar, siendo responsabilidad consciente del individuo el reelaborar las cogniciones erróneas.
Para terminar el recorrido paradigmático, el psicoanálisis continúa reivindicando la existencia de un entramado inconsciente y estructurado. A diferencia de la primera lectura aparente, el sujeto no vive tiranizado por unos instintos latentes, sino más bien a la inversa: son dichos instintos los que, silenciados por todo un aparataje consciente, han sido relegados a la condición de inexistentes y, desde el limbo de lo insabido, buscan representación (somática o en discurso) en la cotidianidad del sujeto que les niega la existencia.
Se trata de diferentes maneras de abordar la naturaleza intrapsíquica, pero el psicoanálisis ha sido pionero en reivindicar otros registros donde librar la batalla. De un modo alternativo, el psicoanalista recoge el discurso consciente, pero sin atribuirle la exclusividad y/o la totalidad del mensaje. Manteniendo el punto de atención flotante, ya exhortado por Freud en los inicios de la clínica, el analista se va a mover entre la posición del que escucha (a’), y la posición del que aguarda un otro mensaje (A). Mientras el resto de colegas de profesión ahondan en los contenidos verbales conscientes, en los significados cargados de afecto, el psicoanalista esperará (normalmente desde el silencio) aquello que emerge detrás de las pausas, detrás de los equívocos. Agazapado en las esquinas del significante.
Consecuentemente, mientras un humanista ayuda al cliente a hilvanar su discurso hasta el infinito, un psicoanalista espera y fomenta su disolución, conocedor de que en las fallas de lo consciente es donde aguarda aquello que pugna por hacerse escuchar.
De ahí el fenómeno de la repetición. Si algo caracteriza a la mayoría de los individuos es su tendencia a reproducir patrones idénticos, pese a que ya se hayan demostrado disfuncionales en el pasado. Como hipótesis, quizá adoptemos esquemas simbólicos sin saber que lo hacemos, condenados a repetir un guión al haber olvidado haberlo aprendido.
Y mientras el consciente da vueltas en ruedas de goce y repetición, el inconsciente pugna por ser entendido, reiteradamente. En un curioso fenómeno que también atañe a los psicoanalistas, un sueño puede repetirse hasta que sea correctamente interpretado, acertadamente simbolizado. Independientemente de la brillantez de una interpretación, e independientemente de lo que ésta le guste/disguste al consciente del paciente, podemos hacer un seguimiento de su validez en la medida que el sueño no vuelve a ocupar el tiempo de la terapia, a menudo cambiando de actores pero con el mismo contenido. El inconsciente seguirá cifrando la metáfora de aquello que necesita finiquitar y, tras repetidos intentos fallidos, bien desembocará por la vía del síntoma, bien forzará el abandono de la terapia. A esto último se le viene denominando Reacción Terapéutica Negativa (o RTN en el argot psicoanalítico).
Y es que, puestos a ignorar al inconsciente, ya existen muchas otras corrientes psicologicistas.
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