Retomando la autopista imaginaria de la comunicación (a-a'), el analista puede (y debe) acatar la responsabilidad de accionar (o no) el mecanismo de respuesta (de feedback comunicacional, que dirían otros compañeros).
Como se contempla desde la psicolingüística, una de las leyes (implícitas) de la comunicación radica en la bidireccionalidad del discurso. Se da por tácito en ambos interlocutores el pase de relevo continuo, a modo de confirmación de cada comunicación entrante. Una extraña danza de intenciones en las que la educación nos invita a un cortejo de locución y escucha. Se supone una simetría entre ambas partes, que alternan la producción y la recepción. Pese a ello, y quizá debido a ello, desde el psicoanálisis se puede modular el discurso del paciente desde la escucha; la comunicación no es simétrica en el análisis (no debería serlo), y con miras a recordar las distintas posiciones (y a reforzar el carácter simbólico del otro lado de la mesa), a menudo no se le devuelve el feedback al paciente, coronando con un silencio la entrada de información consciente.
Ese simple mecanismo (no devolver el turno, cortocircuitar la base de las expectativas comunicacionales), de por sí basta para interrumpir lo fluido del continuo consciente, enviando (por ausencia) el balón al campo del paciente. Se frenan de súbito las aspas del molino de palabras, quedando detenida la rueda del auxilio. De esta forma (poco popular en el registro cotidiano) se obliga al emisor a reelaborar su producto, el por qué del rechazo… A rellenar el silencio y, en la mayoría de los casos, a caer en la propia trampa de la proyección.
¿Cómo? Los teóricos de la comunicación ya han postulado que el silencio es tan (o más) comunicativo que la propia fonación. Ante un silencio, el individuo tiende a dotarlo de significación, sobre todo cuando le atribuye un saber al receptor. Una vez iniciado el proceso, el silencio le devuelve el mensaje al emisor, sugiriéndole que en su contenido se encuentra el motivo de la interrupción. Ante la ausencia de respuesta allí donde debería figurar, en el reflejo de lo imaginario, no es de extrañar que el paciente elabore una contestación propia, recién horneada en su propio registro simbólico. Así se inaugura el proceso que podríamos denominar como de proyección guiada.
No debería tratarse de un cliché arbitrario, de un modo de hacer terapia: del mismo modo que el silencio puede ser contundente en el contexto adecuado, su uso indiscriminado siempre es motivo de frustración. La ortodoxia psicoanalítica debería cuidarse de no alimentar el tópico, pues ofrece excusa suficiente para abandonar la terapia, y no precisamente debido a la resistencia del paciente. Un silencio a tiempo habla por sí mismo, una cadena de silencios, por el contrario, hablará a voces de la inexperiencia del terapeuta, parapetado en el espejo.
Hasta el momento hemos comentado lo que acontece al frenar la rueda del auxilio. No obstante, en ocasiones dicha rueda deberá tener el cometido contrario, no dejar de girar para que el paciente no haga una lectura equivocada, o para impedir que se desate un quantum de angustia no funcional. En cualquier caso, el control de la comunicación, paradójicamente, no va a pertenecer al emisor, sino al eterno receptor analítico, ubicado en una posición de arbitraje del flujo comunicacional, en el terreno que Lacan denominaba del tesoro de los significantes. El psicoanalista administrará mediante el feedback la cantidad de consciente por unidad de tiempo, con miras a que el inconsciente no quede amordazado (reprimido y sintomático) por el sempiterno, consciente y tan acomodaticio molino de palabras.
Como se contempla desde la psicolingüística, una de las leyes (implícitas) de la comunicación radica en la bidireccionalidad del discurso. Se da por tácito en ambos interlocutores el pase de relevo continuo, a modo de confirmación de cada comunicación entrante. Una extraña danza de intenciones en las que la educación nos invita a un cortejo de locución y escucha. Se supone una simetría entre ambas partes, que alternan la producción y la recepción. Pese a ello, y quizá debido a ello, desde el psicoanálisis se puede modular el discurso del paciente desde la escucha; la comunicación no es simétrica en el análisis (no debería serlo), y con miras a recordar las distintas posiciones (y a reforzar el carácter simbólico del otro lado de la mesa), a menudo no se le devuelve el feedback al paciente, coronando con un silencio la entrada de información consciente.
Ese simple mecanismo (no devolver el turno, cortocircuitar la base de las expectativas comunicacionales), de por sí basta para interrumpir lo fluido del continuo consciente, enviando (por ausencia) el balón al campo del paciente. Se frenan de súbito las aspas del molino de palabras, quedando detenida la rueda del auxilio. De esta forma (poco popular en el registro cotidiano) se obliga al emisor a reelaborar su producto, el por qué del rechazo… A rellenar el silencio y, en la mayoría de los casos, a caer en la propia trampa de la proyección.
¿Cómo? Los teóricos de la comunicación ya han postulado que el silencio es tan (o más) comunicativo que la propia fonación. Ante un silencio, el individuo tiende a dotarlo de significación, sobre todo cuando le atribuye un saber al receptor. Una vez iniciado el proceso, el silencio le devuelve el mensaje al emisor, sugiriéndole que en su contenido se encuentra el motivo de la interrupción. Ante la ausencia de respuesta allí donde debería figurar, en el reflejo de lo imaginario, no es de extrañar que el paciente elabore una contestación propia, recién horneada en su propio registro simbólico. Así se inaugura el proceso que podríamos denominar como de proyección guiada.
No debería tratarse de un cliché arbitrario, de un modo de hacer terapia: del mismo modo que el silencio puede ser contundente en el contexto adecuado, su uso indiscriminado siempre es motivo de frustración. La ortodoxia psicoanalítica debería cuidarse de no alimentar el tópico, pues ofrece excusa suficiente para abandonar la terapia, y no precisamente debido a la resistencia del paciente. Un silencio a tiempo habla por sí mismo, una cadena de silencios, por el contrario, hablará a voces de la inexperiencia del terapeuta, parapetado en el espejo.
Hasta el momento hemos comentado lo que acontece al frenar la rueda del auxilio. No obstante, en ocasiones dicha rueda deberá tener el cometido contrario, no dejar de girar para que el paciente no haga una lectura equivocada, o para impedir que se desate un quantum de angustia no funcional. En cualquier caso, el control de la comunicación, paradójicamente, no va a pertenecer al emisor, sino al eterno receptor analítico, ubicado en una posición de arbitraje del flujo comunicacional, en el terreno que Lacan denominaba del tesoro de los significantes. El psicoanalista administrará mediante el feedback la cantidad de consciente por unidad de tiempo, con miras a que el inconsciente no quede amordazado (reprimido y sintomático) por el sempiterno, consciente y tan acomodaticio molino de palabras.
1 comentario:
Hola Gerardo, gracias por los apuntes. Aprovecho para desearte unas ¡Feliz Navidad! y un próspero Año Nuevo. Un abrazo.
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