Psicoblog GFS
09 febrero 2010
Como íbamos diciendo ayer...
27 febrero 2009
Sueños (IV) El autoanálisis de los sueños
Continuar leyendo ▼
25 febrero 2009
Sueños (III). La interpretación del material
no existe diccionario.
Aquello que resulta evidente para cualquier clínico experimentado, no deja de sorprender a la población lega. No existe un manual de términos común, ni alfabético ni mucho menos temático. El terreno de lo onírico ha sido desde siempre tan atractivo como criticado, y se han ido erigiendo a su alrededor un sinfín de leyendas que más de uno da por supuestas. Todos hemos oído mencionar tradiciones en torno a lo que significa el caer de un diente, o soñar con perlas, o… (ponga aquí el vaticinio de su localidad).
Los ladrillos con los que se edifican los sueños son comunes a toda cultura y sociedad, más la manera de organizarlos es propia de cada individuo, e intentar sacar factor común es una empresa por muchos emprendida pero con pocos resultados prácticos a nivel objetivo.
Continuar leyendo ▼Esto no debería significar que varios terapeutas interpretaran cosas distintas de un mismo sueño (lo cual evidentemente puede suceder), sino que para cada individuo el cifrado de la información es diferente. ¿Se puede derivar de esto que la interpretación de los sueños un arte, al fin y al cabo?
Para nada. Desde nuestra posición de analistas debemos saber adecuarnos al diccionario parlante que tenemos enfrente, para extraer de ese sujeto el material que él mismo cifró y devolvérselo aplicado a su vida consciente, lo menos contaminado posible por nuestra intervención. Pese a que la mayoría de las veces nos movemos en terreno pantanoso, deberíamos esforzarnos por no interpretar sino guiar, por no dar un punto de vista (por muy profesional que éste sea) sino servir de guía para que el propio paciente vaya destramando los enigmas que él mismo anudó la noche anterior. Se puede concluir que, a medida que más conoce a la persona, más sencillo es intuir el método de cifrado escogido.
¿Utiliza el sujeto más metáforas o se decanta claramente por las metonimias? Aquel paciente (típicamente obsesivo, por otra parte) que en su discurso diario hilvana metonimia tras metonimia, desplazamiento tras desplazamiento, no es extraño que acuda al mismo mecanismo durante su actividad onírica.
“Un gigantesco globo que explotaba ante mi cara” evidentemente cobrará distintas interpretaciones dependiendo que nos lo cuente un niño (que la tarde anterior había asistido a una fiesta de cumpleaños) o que sea expuesto por una mujer en su última semana de gestación. El “arte” de la interpretación consiste pues, una vez más, en estar abierto a contemplar el mayor número posible de hipótesis y, con todo el abanico de alternativas sobre la mano, elegir aquellas sobre las que se decide apostar, con la ayuda que nos supone el bisturí de la asociación libre.
23 febrero 2009
Sueños (II). La reconstrucción de lo soñado
Tendemos a la coherencia (de nuevo pueden preguntárselo a los cognitivistas), y muy a menudo rellenamos el incómodo material faltante recurriendo a la razón consciente. Como ocurre con el discurso, allí donde falla la lógica, allí donde faltan ladrillos para articular un sueño, es donde suele esconderse el material más relevante. Tendemos a pasar por alto los mayores filones en pos del material más conexo.
Se hace imperativo avisar al paciente sobre el mecanismo de la reconstrucción. El sueño debe ser expuesto al analista tal cual, sin artificios ni remiendos, siendo sospechosos aquellos relatos detallados y lineales, demasiado imperfectos en su perfección.
Igualmente debe ser el analista quien realice la criba entre los sueños para seleccionar los más significativos, aquellos con un mayor contenido metafórico, no permitiendo al paciente el salvar del repertorio los que considera “más interesantes”.
“De repente, ya no estaba allí (…) era un sitio desconocido, y estaba acompañado por dos personas también desconocidas”
No hay desconocidos en los sueños. Ni ubicaciones ni personas.
Continuar leyendo ▼El cerebro siempre utiliza material ya existente en nuestros registros mnémicos para construir los sueños. Detrás de una cara desconocida, la mayoría de las veces, tenemos que ponernos sobre aviso ante el más que posible efecto de la represión. Allí donde el paciente tiende a ir más deprisa, como restándole importancia a aquello que no puede verbalizar, las más de las veces se esconde la interpretación más certera.
Es necesario pues indagar sobre esos detalles de forma exhaustiva, recurriendo a la asociación libre para instaurar de nuevo los eslabones allí donde la represión deshizo los enlaces.
Aquí habría que hacer una salvedad sobre la asociación libre, arma de doble filo cuya mayor ventaja es simultáneamente su peor sesgo. Invitando al paciente a asociar, de forma a menudo muy poco libre porque se le incita a hacerlo con rapidez, podemos bien encontrarnos con el verdadero significado latente del sueño o, por efecto de la sugestión (verdadera enemiga de la terapia analítica), sorprendernos con que el sujeto termina realizando aquellos enlaces que él cree queremos oír (en todo un alarde de fuegos artificiales proyectivos), sobre todo si la persona en cuestión cree tener conocimientos acerca del psicoanálisis.
Pongamos un supuesto:
“Estaba copulando con una desconocida…” pausa significativa, el paciente mira al analista y, en tono sardónico, añade: “…y no es que se tratará de mi madre”.
¿Se trata de una negación proyectiva (lo que agilizaría mucho la resolución del sueño) o nos hemos colocado ante el paciente en una posición muy ortodoxa, de manera que nos ve como acólitos de un Freud que todo lo achacaba a conflictos edípicos?
19 febrero 2009
La interpretación de los sueños (I). Restos diurnos
Si se cree en la existencia de un inconsciente no arbitrario y elaborado (ventaja que cada vez elegimos menos especialistas), la forma en que se codifica la información de dicho aparato psíquico (complejo en base a su desconocimiento) pasa por el rasero del mecanismo de la metáfora y la metonimia. Es de esta forma, en base a las respectivas condensaciones y desplazamientos, cómo se explican los fenómenos psicoanalíticos de la asociación libre o la propia interpretación de los sueños.
Porque, ¿qué es interpretar un sueño? ¿Qué extraño y taimado arte se esconde tras dicho proceso de interpretación? ¿Quiénes son los elegidos para desempeñar la magia y en base a qué criterios?
Como suele ocurrir con la magia, detrás hay truco.
Continuar leyendo ▼
I. Los restos diurnos
El primer paso en la interpretación siempre debería ser el desechar la información no metafórica. Más de un psicólogo puede echar el grito en el cielo sobre qué criterio discrimina qué material se puede o no desechar. Pues bien, de momento vamos a esquivar el tan manido tópico de que la interpretación es un arte (apesta a sugestión y pseudociencia), para establecer que el cerebro también (y no únicamente) almacena información sensorial.
Es lógico admitir que en el sueño pueden aparecer (y de hecho así sucede) restos diurnos que -si bien no arrojan mucha luz sobre posibles contenidos latentes-, pueden ser colocados como actores que hablen de la existencia de un segundo discurso. O puede que no, puede tratarse tan sólo de acontecimientos que, bien por su impacto afectivo, bien por su cualidad de llamativos o sorprendentes (entre otros factores), han quedado impresos en nuestra memoria sin necesariamente implicar procesos subyacentes. De ésta segunda explicación muchos psicólogos cognitivos podrán hablar con mayor conocimiento (y mucho mayor interés, me consta) que el que subscribe.
Si bien resulta lógico, de cara a una posterior interpretación, obviar de antemano dichos restos diurnos (que se dibujan casi como ecos sensoriales de la experiencia cotidiana), debemos ser cautos por si alguno de ellos no ha tomado repentinamente un protagonismo del que carecía en la vigilia. ¿Y si el caniche moteado con el que nos hemos cruzado por la tarde aparece de nuevo en la madrugada, pero esta vez destrozando un vestido de novia? No hace falta ser un freudiano ortodoxo para contemplar el abanico de posibles interpretaciones que abre dicha metáfora (lo que se impone es cautela a la hora de cerrar dicho abanico y no caer en sobreinterpretaciones de principiante).
13 febrero 2009
El Goce (IV). La némesis del Goce
Del otro lado del goce se encuentra La ley, que lo acota y delimita. La libertad de uno acaba donde empieza la de los demás. Y bajo esta máxima se libra una batalla constante entre nuestro narcisismo y el imaginario social que nos ampara.
El goce inicial no consistía más que en la aspiración a un plus de placer; mas para exiliar de dicho nirvana al individuo y arrojarle a lo social, todo un corolario de preexistentes leyes simbólicas (herederas a su vez del Nombre Del Padre), estrangulan dicha pretensión confinándola a una cárcel preconsciente.
Reza el mitema que existió un Uno que dijo no a la castración, un Uno primitivo, padre de la horda y fundador del simbólico; todo él falo, todo él goce. En “Tótem y tabú” Freud nos invitó a contemplar en dicho mito (el del asesinato del Padre de la Horda) la génesis de nuestra esencia social, el origen de la primera Ley con la interdicción de acceso al goce a todos los futuros descendientes de aquel Uno.
Los matemas correspondientes:
Continuar leyendo ▼Esta ley se encuentra encapsulada en el inconsciente social: “La idea del goce como un exceso intolerable del placer, se revela en el sentido común en expresiones como ‘morirse de risa’, ‘destornillarse de risa’; o en el caso de la sexualidad, está también la idea que se expresa en francés de la pequeña muerte para referirse al orgasmo. En el sentido común, asoma pues la idea de un placer mortífero, intolerable, cuyo atravesamiento nos situaría en las puertas mismas de la locura o la muerte.” [1]
Y, de hecho, el posicionamiento respecto al goce define igualmente nuestra estructura intrapsíquica:
"La inclusión en la sociedad implica pues una pérdida de goce. La autoridad y la ley lo limitan. Es un hecho, como ya se vio, que un placer “excesivo” desestructura nuestra subjetividad y nos precipita como formación defensiva en la camisa de fuerza de la neurosis obsesiva.
El neurótico obsesivo se distancia de su propio goce. De un goce que amenaza desbancarlo como sujeto convirtiéndolo entonces en mera voracidad sin límites. De ahí la necesidad de una defensa frente al ascenso en el goce. La rigidez es una forma de controlar el exceso traumático del goce. La seriedad mortífera. El amortajarse en la investidura simbólica.
En cambio, un goce doloroso nos hace sentir objetos del goce del Otro, objetos manipulables. Entonces, lo que corresponde, es el asco hacia ese goce que nos incita a trocarnos en meros objetos. Estamos hablando de la histeria."
En resumen, el goce es un vestigio de la relación originaria con la madre, del mismo modo que su antítesis, la castración, nos remite a la ley paterna y al ingreso en lo social. El goce es una melancólica e innecesaria vuelta al pasado; es la gasolina del neurótico que, habiendo perdido su lingote de oro, rememora su tragedia al tiempo que consume un futuro no utilizado, jamás jugado.
“La oposición entre goce y castración es fundamental puesto que esta oposición es el eje sobre el que se articula la dirección de la cura. El sujeto debe renunciar al goce a cambio de una promesa de otro goce que es propia de los sujetos de la ley. El goce originario, el goce de la cosa, anterior a la ley, es un goce maldito que deberá ser sustituido por una promesa de goce fálico, de un goce mesurado por la castración, entendida como toma de conciencia, internalización, de los límites reales y morales del goce.
La ley, nos separa de la madre y del goce que se pone en juego en la fusión con ella. La ley separa, pone al nombre-del-padre en ese lugar de omnipotencia, ordena desear, concertar. El amor es el sentimiento encargado de suplir la inexistencia de la relación sexual y de reaportar el goce al que se debió renunciar.”
El goce es un abono que en el pasado fue sustancia viva pero en el presente se ha descompuesto y adquirido nuevas características. Las cartas que no jugamos activamente en el ahora formarán la baza del goce futuro; los “debería…”, los “tendría…” no son más que antiguos lingotes que, solo después de haber sido robados, adquieren plena funcionalidad para edificar patológicos castillos de queja y arrepentimiento.
Como decía Gabriela Mistral, la experiencia es un billete de lotería comprado después del sorteo. Esto, no obstante, no justifica el no seguir jugando.
Una vez más, adjunto el archivo relativo a las últimas entradas: “Goce.pdf"
11 febrero 2009
El Goce (III). Esopo
Un avaro, convirtiendo en oro toda su fortuna, fundió con el metal un lingote y lo enterró en cierto lugar, enterrando allí, a la vez, su corazón y su espíritu. Todos los días se dirigía a ver su tesoro.En esto, le observó un hombre, adivinó su suplicio y, desenterrando el lingote, se lo llevó. Cuando poco después volvió el avaro y halló el escondrijo vacío, se puso a llorar y a arrancarse los cabellos.Un vecino que le vio lamentarse de tal manera, después de informarse del motivo le dijo: No te desesperes así, hombre, porque al fin y al cabo aunque tenías oro no lo poseías verdaderamente. Agarra una piedra, escóndela donde estaba el oro y figúrate que es oro; la piedra servirá para ti como si fuera el oro mismo, pues a lo que veo cuando lo tenías enterrado no utilizabas para nada esta riqueza.
(Nada es la propiedad sin su disfrute)
“El goce es la sustancia vital que se ’retuerce’ en su insatisfacción, que pugna por realizarse, sin tomar en cuenta al otro y la ley. La carne del infante es ya desde un inicio un objeto para el goce. Ese infante podrá ser ‘gozado’ fuera de las coordenadas del deseo y la ley. No obstante, ese infante tendrá que identificar su lugar en el Otro, en el sistema sociosimbólico. Es decir, podrá constituirse como sujeto en la medida en que internalice los significantes que proceden de ese Otro, que siendo seductor y gozante está al mismo tiempo mediatizado por las propias interdicciones que lo constituyen. La madre, por ejemplo, puede gozar de su bebé considerándolo una posesión a la que puede disfrutar a su antojo. No obstante, esa madre, con su potencial seductor y gozante, contiene también a la ley y su prohibición del goce, por lo que su tentación de usufructuar el cuerpo de su hijo, se verá refrenada. De esta manera, en vez de persistir en el trato de su bebé como objeto de goce, comenzará a autolimitarse, a interpelarlo como sujeto, a reconocerlo como un agente en ciernes, dentro de los intercambios simbólicos.”[1]