09 febrero 2010

Como íbamos diciendo ayer...

Casi un año después vuelvo a visitar mi tendedero psicoanalítico.
El servicio de alojamiento donde albergaba los archivos (Windows SkyDrive) decidió cambiar su política, incapacitando a los usuarios de blogs acceder al almacenamiento. Muchos han sido los requerimientos de los lectores de que volviera a subir el material, pues los enlaces habían dejado de estar disponibles; a todos ellos, perdón por la espera y gracias por el interés.
A día de hoy he solventado el problema cambiando el alojamiento de los ficheros a la empresa Dropbox, con lo que el servicio de descargas vuelve a estar disponible. Yo, por mi parte, me comprometo a continuar subiendo entradas, si bien he de reconocer que mi trabajo en clínica (y cierta pereza, todo sea dicho) hará que los artículos se actualicen con menos frecuencia.
En cualquier caso, gracias por leer.

27 febrero 2009

Sueños (IV) El autoanálisis de los sueños

Espalda Casi tan efectivo como realizarse uno mismo un tatuaje en la espalda, así de simple.
El análisis de los sueños, pese a ese aire místico tan New Age, no es un entretenimiento para las fiestas de verano, en competencia directa con los cartomantes o esa conocida que tanto sabe de astrología. Recordemos que en la trastienda de todo el fenómeno en sí reside el fenómeno de la represión, y que ésta nunca es arbitraria. Se reprime aquello que duele o que no puede ser elaborado, de ahí que tendamos a metaforizarlo para establecer una salubridad homeostática.
No soñamos para disfrutar (pese a que a menudo disfrutemos de los sueños). Tampoco soñamos para realizar descargas neurales (que evidentemente se producen durante las horas de sueño). ¿Y si le devolvemos la razón a Freud y pensamos en el proceso onírico como una válvula de escape de nuestro inconsciente, al fin libre después de un agotador día lidiando entre lo correcto y lo censurable? ¿Y si el sueño se dibuja como el único campo de juego de unos sentimientos siempre amordazados durante la vigilia?
No obstante gran parte del proceso nocturno ha de ser posteriormente encriptado. Es el soñante quien codifica la información. Es el soñante quien elige el método. Y, finalmente, coronando un proceso especialmente paradójico, el material no es codificado para que nadie acceda a él (como sería lógico durante la vigilia), sino para que el propio sujeto no comprenda qué puso en juego la noche anterior. Material peligroso. Material tan poco maleable que sólo puede surgir por las noches, bajo el amparo de un descuido de la consciencia.

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25 febrero 2009

Sueños (III). La interpretación del material

Libro Llegamos a la mala noticia:

no existe diccionario.

Aquello que resulta evidente para cualquier clínico experimentado, no deja de sorprender a la población lega. No existe un manual de términos común, ni alfabético ni mucho menos temático. El terreno de lo onírico ha sido desde siempre tan atractivo como criticado, y se han ido erigiendo a su alrededor un sinfín de leyendas que más de uno da por supuestas. Todos hemos oído mencionar tradiciones en torno a lo que significa el caer de un diente, o soñar con perlas, o… (ponga aquí el vaticinio de su localidad).

Los ladrillos con los que se edifican los sueños son comunes a toda cultura y sociedad, más la manera de organizarlos es propia de cada individuo, e intentar sacar factor común es una empresa por muchos emprendida pero con pocos resultados prácticos a nivel objetivo.

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23 febrero 2009

Sueños (II). La reconstrucción de lo soñado

Tendemos a la coherencia (de nuevo pueden preguntárselo a los cognitivistas), y muy a menudo rellenamos el incómodo material faltante recurriendo a la razón consciente. Como ocurre con el discurso, allí donde falla la lógica, allí donde faltan ladrillos para articular un sueño, es donde suele esconderse el material más relevante. Tendemos a pasar por alto los mayores filones en pos del material más conexo.Puzzle

Se hace imperativo avisar al paciente sobre el mecanismo de la reconstrucción. El sueño debe ser expuesto al analista tal cual, sin artificios ni remiendos, siendo sospechosos aquellos relatos detallados y lineales, demasiado imperfectos en su perfección.

Igualmente debe ser el analista quien realice la criba entre los sueños para seleccionar los más significativos, aquellos con un mayor contenido metafórico, no permitiendo al paciente el salvar del repertorio los que considera “más interesantes”.

“De repente, ya no estaba allí (…) era un sitio desconocido, y estaba acompañado por dos personas también desconocidas”

No hay desconocidos en los sueños. Ni ubicaciones ni personas.

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19 febrero 2009

La interpretación de los sueños (I). Restos diurnos

Soñante

Si se cree en la existencia de un inconsciente no arbitrario y elaborado (ventaja que cada vez elegimos menos especialistas), la forma en que se codifica la información de dicho aparato psíquico (complejo en base a su desconocimiento) pasa por el rasero del mecanismo de la metáfora y la metonimia. Es de esta forma, en base a las respectivas condensaciones y desplazamientos, cómo se explican los fenómenos psicoanalíticos de la asociación libre o la propia interpretación de los sueños.

Porque, ¿qué es interpretar un sueño? ¿Qué extraño y taimado arte se esconde tras dicho proceso de interpretación? ¿Quiénes son los elegidos para desempeñar la magia y en base a qué criterios?

Como suele ocurrir con la magia, detrás hay truco.

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13 febrero 2009

El Goce (IV). La némesis del Goce

Del otro lado del goce se encuentra La ley, que lo acota y delimita. La libertad de uno acaba donde empieza la de los demás. Y bajo esta máxima se libra una batalla constante entre nuestro narcisismo y el imaginario social que nos ampara.

El goce inicial no consistía más que en la aspiración a un plus de placer; mas para exiliar de dicho nirvana al individuo y arrojarle a lo social, todo un corolario de preexistentes leyes simbólicas (herederas a su vez del Nombre Del Padre), estrangulan dicha pretensión confinándola a una cárcel preconsciente.

Reza el mitema que existió un Uno que dijo no a la castración, un Uno primitivo, padre de la horda y fundador del simbólico; todo él falo, todo él goce. En “Tótem y tabú” Freud nos invitó a contemplar en dicho mito (el del asesinato del Padre de la Horda) la génesis de nuestra esencia social, el origen de la primera Ley con la interdicción de acceso al goce a todos los futuros descendientes de aquel Uno.

Los matemas correspondientes:

Matemas

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11 febrero 2009

El Goce (III). Esopo

Reza la fábula:
El Avaro Esopo
Un avaro, convirtiendo en oro toda su fortuna, fundió con el metal un lingote y lo enterró en cierto lugar, enterrando allí, a la vez, su corazón y su espíritu. Todos los días se dirigía a ver su tesoro.
En esto, le observó un hombre, adivinó su suplicio y, desenterrando el lingote, se lo llevó. Cuando poco después volvió el avaro y halló el escondrijo vacío, se puso a llorar y a arrancarse los cabellos.
Un vecino que le vio lamentarse de tal manera, después de informarse del motivo le dijo: No te desesperes así, hombre, porque al fin y al cabo aunque tenías oro no lo poseías verdaderamente. Agarra una piedra, escóndela donde estaba el oro y figúrate que es oro; la piedra servirá para ti como si fuera el oro mismo, pues a lo que veo cuando lo tenías enterrado no utilizabas para nada esta riqueza.

(Nada es la propiedad sin su disfrute)


¿Dónde advertir el goce? Popularmente, podría considerarse que el avaro gozaba engañosamente de su posesión pese a no disfrutar de su usufructo, de ahí la consecuente moraleja. No obstante, el psicoanálisis va más allá estableciendo que –paradójicamente- el goce se asentaría a partir del robo y de la pérdida, pues sería entonces cuando el avaro podría “disfrutar” de su lamento y de la queja resultante.
De hecho, en la parcela simbólica (de la misma forma que la madre nutricia en la imaginación del niño), el lingote de oro moraría incluso en su ausencia imaginaria, finalmente resguardado de ladrones. El avaro continuaría escavando periódicamente en sus recuerdos para rememorar la pérdida del lingote, desconociendo que mediante dicho proceso, y por fin, ha llegado a atesorarlo plenamente.
Padecer de una falta que habita en el simbólico allí donde no se supo (o pudo) disfrutar de ella en el imaginario. De nuevo, las connotaciones referentes a la primera frustración infantil quedan acantonadas en nuestra personalidad y dirigen, desde el fantasma, nuestra relación con terceros. En una mayoría de casos, el objeto (prototípicamente: la relación de pareja) queda condenado a ir desfalleciendo, a decepcionar en el consciente para ubicarse en un puesto de honor simbólico: servir de alimento a la queja.
Y es que esta trampa edípica cimenta a la queja como un grito de guerra, estructural en las histerias, destilando un goce residual subyacente al hecho de que, frustradas en el imaginario, evidencian no estarlo en lo simbólico.
“El goce es la sustancia vital que se ’retuerce’ en su insatisfacción, que pugna por realizarse, sin tomar en cuenta al otro y la ley. La carne del infante es ya desde un inicio un objeto para el goce. Ese infante podrá ser ‘gozado’ fuera de las coordenadas del deseo y la ley. No obstante, ese infante tendrá que identificar su lugar en el Otro, en el sistema sociosimbólico. Es decir, podrá constituirse como sujeto en la medida en que internalice los significantes que proceden de ese Otro, que siendo seductor y gozante está al mismo tiempo mediatizado por las propias interdicciones que lo constituyen. La madre, por ejemplo, puede gozar de su bebé considerándolo una posesión a la que puede disfrutar a su antojo. No obstante, esa madre, con su potencial seductor y gozante, contiene también a la ley y su prohibición del goce, por lo que su tentación de usufructuar el cuerpo de su hijo, se verá refrenada. De esta manera, en vez de persistir en el trato de su bebé como objeto de goce, comenzará a autolimitarse, a interpelarlo como sujeto, a reconocerlo como un agente en ciernes, dentro de los intercambios simbólicos.”[1]
En resumidas cuentas, allí donde el obsesivo intenta –fútilmente- sustraerse al goce y erradicarlo de su sistema simbólico (de hecho intenta que todo aquel que le rodea renuncie igualmente a su usufructo), la histeria se nos dibuja como la quintaesencia de la negación a ser gozada y la reivindicación del propio goce, pese a su ambiguo discurso de seducción imaginaria.

[1] Extraído del siguiente link.