Llegamos a la mala noticia:
no existe diccionario.
Aquello que resulta evidente para cualquier clínico experimentado, no deja de sorprender a la población lega. No existe un manual de términos común, ni alfabético ni mucho menos temático. El terreno de lo onírico ha sido desde siempre tan atractivo como criticado, y se han ido erigiendo a su alrededor un sinfín de leyendas que más de uno da por supuestas. Todos hemos oído mencionar tradiciones en torno a lo que significa el caer de un diente, o soñar con perlas, o… (ponga aquí el vaticinio de su localidad).
Los ladrillos con los que se edifican los sueños son comunes a toda cultura y sociedad, más la manera de organizarlos es propia de cada individuo, e intentar sacar factor común es una empresa por muchos emprendida pero con pocos resultados prácticos a nivel objetivo.
Continuar leyendo ▼Esto no debería significar que varios terapeutas interpretaran cosas distintas de un mismo sueño (lo cual evidentemente puede suceder), sino que para cada individuo el cifrado de la información es diferente. ¿Se puede derivar de esto que la interpretación de los sueños un arte, al fin y al cabo?
Para nada. Desde nuestra posición de analistas debemos saber adecuarnos al diccionario parlante que tenemos enfrente, para extraer de ese sujeto el material que él mismo cifró y devolvérselo aplicado a su vida consciente, lo menos contaminado posible por nuestra intervención. Pese a que la mayoría de las veces nos movemos en terreno pantanoso, deberíamos esforzarnos por no interpretar sino guiar, por no dar un punto de vista (por muy profesional que éste sea) sino servir de guía para que el propio paciente vaya destramando los enigmas que él mismo anudó la noche anterior. Se puede concluir que, a medida que más conoce a la persona, más sencillo es intuir el método de cifrado escogido.
¿Utiliza el sujeto más metáforas o se decanta claramente por las metonimias? Aquel paciente (típicamente obsesivo, por otra parte) que en su discurso diario hilvana metonimia tras metonimia, desplazamiento tras desplazamiento, no es extraño que acuda al mismo mecanismo durante su actividad onírica.
“Un gigantesco globo que explotaba ante mi cara” evidentemente cobrará distintas interpretaciones dependiendo que nos lo cuente un niño (que la tarde anterior había asistido a una fiesta de cumpleaños) o que sea expuesto por una mujer en su última semana de gestación. El “arte” de la interpretación consiste pues, una vez más, en estar abierto a contemplar el mayor número posible de hipótesis y, con todo el abanico de alternativas sobre la mano, elegir aquellas sobre las que se decide apostar, con la ayuda que nos supone el bisturí de la asociación libre.
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